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  • Francisco Álvez Francese / Gastón Haro

12. La otra noche


Sobre “Insomnio” de Jules Supervielle (Nacimientos, 1951)

Rezarle a un dios febril. Hasta que la sangre quede muda, quieta en su mundo subterráneo, sumergida en voces y naufragios, devuelta a su eternidad. Darle mendrugos de fingida autosuficiencia, amarlo sin que nos vea. Implorar en su templo, una cama demasiado deshecha. Ir pasando las cuentas de un rosario de recuerdos, deambular inmóvil la abadía de las ensoñaciones, llenar el hueco absurdo de la noche con nuestra mortalidad. Cabalgar el tiempo, hasta cansarlo y herirlo. Entonces ellos, bestias de ojos siempre abiertos, salen y se encienden como hogueras. Nos pierden en una íntima pregunta que repica en los corredores del cerebro demasiado atento, como una culpa antigua. Alimentan el sacrificio del poeta, que en espasmo en el suelo ajedrezado dice sus versos, mientras la desaparición total le acaricia delicadamente las plantas de los pies. Es algo de la pesadilla que se echa ante el mundo en vestidos clásicos, brillante y templada. Porque hay que sepultarlo todo para cubrir nuestros párpados y ver hacia adentro, la oscuridad de tierra que nos han legado y que nos espera más allá. Matar el pensamiento y rogar el olvido, un instante de soledad al fin de todo, vernos por primera vez en silencio y sin luces. El blanco enfermo del suplicio, de su gesto sobre nosotros, como una mano atroz. Esa cena espeluznante, de cosas que fulguran, de quien bebe, convidado de piedra, haciendo ruido y rasca hasta el final cada plato, y no deja nada que nutra. Porque duele todo a esta hora, todo se detiene y aulla, doblado sobre sí mismo, una mirada obsesiva sobre la inmundicia. Por eso se suplica, por eso la muerte está despierta y se pasea alborozada. Es que, al final, todo es un viaje, la voluntad de detenerse y conocer el mundo maravilloso de descanso y conocer su mapa, una exacta imagen de la placidez, el espacio abierto en infinitos soles. Pero no. Hay solamente un grito queriendo abrirse y ese harapiento monstruo que parece un hombre y es un cadáver para después.

Caballeros de la noche blanca, cabalgaduras

sin memoria concentrada y agitada,

uno se vuelve, otro cuchichea, otro se congratula

antes de salir a masacrar un corazón.

¿Cómo contener las quimeras devoradoras

y opuestas sobre una almohada que se eriza?

De sangre corre el tumulto acrecido por las arterias,

un corazón se interroga, finge detenerse.

Habrá otra mañana de tierra

sobre ti, pedazo de noche espantadiza

por ser a la vez de tierra y cielo y de lluvias

de pasado muy viejo que hoy enjuga.

¿Pero dónde está el presente en esta oscuridad

en el pozo del insomnio donde se niega y reniega,

y que nos hace daño, nos calumnia,

nos tira un ácido entre llamaradas por los ojos

y de una leña seca hace un fogón furioso?

oh sufrimiento, oh roquedal inextricable aquí dentro.

Haces sangrar esta carne y los tejidos íntimos

o bien te sientas a nuestra pobre mesa

chupando ansiedad como un hueso de pollo.

Te instalas entre los hombres

y vienes a rasgar con un cuchillo oxidado

lo que hay de triste y de grandioso bajo la piel

hasta que huele a podrido en fin se hace un balance

y uno queda abierto como una tumba

con olor a humedad suplicante de hombre.

Que un sueño justiciero alivie nuestras pupilas

y nos entregue de una vez a esas piedras cóncavas

que guardan el cuerpo a la mayor profundidad.

La carne al borde del grito ahoga un horror

y tú, noche abierta a pleno en los escalones del silencio,

envuélvenos con tu indiferencia,

guíanos por los vestíbulos del durmiente

que ya no oye el corazón ladrando a la luna

y sube al borde del sueño donde deviene póstumo.

Apaga del todo el fósforo de los ojos

que oscila sin cesar en círculos desconfiados.

Dormir. No sabe de eso que llamamos tierra.

¿La circunvalación del sueño es hermana de los cielos?

No conozco esas regiones, esos apenas lugares,

la geografía extraña y saludable

adonde van a correr sin parar los sueños, riberas

adonde la metamorfosis afina sus pinceles

bajo el cielo pasajero y siempre juvenil

a lo largo del océano donde se deshace la vida

tras el serpenteante, enceguecedor insomnio.

Traducción de Roberto Echavarren

 

El texto y el poema recitado por Francisco:


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