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  • Martina Bertone

Escribir sobre el cine: María Elena Crosa de Roxlo, una pionera uruguaya


En enero de este año Gegen Press —editorial dedicada a la literatura conceptual, experimental y cine silente— inauguró su colección Cuadernos de Pre-cine y Cine, dirigida por Georgina Torello. El primer número consiste en la reedición en papel y en formato digital (de acceso libre y gratuito) de “La cinta cinematográfica”, un cuento de la ignorada María Elena Crosa de Roxlo. El relato originalmente se había integrado a un libro de cuentos, A través de la vida (1913), la primera de las dos publicaciones que se conocen de la autora; la segunda fue Pinceladas: cuentos, editada por Barreiro y Ramos, en 1948.

Escasos y más o menos inciertos son los datos que encuentro sobre María Elena Crosa. La base de datos autores.uy indica que nació en 1897, fecha que parece algo tardía en vista del año de edición de su primer libro. Un artículo de Lincoln Maiztegui sobre Carlos Roxlo, publicado en 2011 bajo el título “El león de los derechos públicos”, se dedica a sus vicisitudes, sobre todo políticas y literarias. Pero también da ligera noticia de algunos episodios de su vida personal, como por ejemplo, que contrajo matrimonio en 1908 con María Elena Crosa, nacida en 1882, a quien define como “poeta y mujer de fina espiritualidad”. Ya éramos conscientes de lo segundo, pero es noticia que también era poeta. O eso parece. Como sea, la fecha es bastante más verosímil. Sabemos también, por Maiztegui, que esta dio a Roxlo su única hija, María Elena Roxlo Crosa (1909-1987), y que habría muerto en 1974.

Hay dos datos más que nos dan idea de su pasar en sus últimos 20 años de vida: el 17 de noviembre de 1953 cedió al Estado los derechos de autor de Roxlo, fallecido en 1926, a cambio de una pensión mensual de 200 pesos. Más adelante, en 1972, se le otorga una pensión graciable de 50.000 pesos mensuales junto a María Elena Bravo de Quiroga, Julieta de la Fuente de Herrera y Reissig y otras viudas notables. De esta suerte no gozó más que algunos meses, pues como decía, Crosa dejó de existir al año siguiente, con 92 o 91 años, según la fuente.

Por lo demás, no pude recoger otro dato biográfico. Tampoco su labor literaria es recordada en casi ninguna parte ni se la incluye en antologías nacionales. El “casi” se lo debemos a su marido: en el tomo IV de Historia crítica de la literatura uruguaya (1915) la menciona al pasar junto a otras escritoras emergentes y la salva apenas del olvido: “El alma femenina de mi país se va abriendo al cultivo de la literatura. Con seudónimo o sin seudónimo escriben en prosa, más o menos artística, desde la señora Parker de Morrinson hasta Teresa Santos de Bosch, desde Marta Costa de Carril hasta Laura Carreras de Bastos, desde Carlota Avalos de Basañez hasta Delia Castellanos de Echepare y María Elena Crosa de Roxlo”. Más adelante, recuerda algunos versos que Armando Víctor Roxlo y Miralles, es decir, su hermano, dedicó a su esposa. Aunque simpáticos, no relucen por su gran valor. El poema, una décima, empieza así: “Señora: si su camino / esta carta, de un hermano, / hace y llega a vuestra mano, / gentil punto de destino; / en sus líneas no veréis / de este, vuestro caballero, / más que el afecto sincero / por la bondad que tenéis”. Los versos mencionan una carta de Crosa en la que hablaba sobre un viejo amor de juventud y la posibilidad de olvidarlo. La carta habría llegado al menor de los hermanos por intermedio de la madre, y de su lectura aquel extrajo ciertas enseñanzas. De manera que, gracias a esto, podemos suponer que Crosa tuvo una relación apacible con su familia política.

Por su parte, Carlos Roxlo, quien como ya vimos no se empeña demasiado en reivindicar la figura literaria de su esposa, sí le hace justicia al vínculo. Su libro de poemas Flores de ceibo (Barreiro y Ramos, 1910) se inaugura con esta dedicatoria: “A María Elena Crosa de Roxlo. (Pongo a los pies de aquella, que ha sido la musa inspiradora de las rimas que contiene este libro, sus páginas humildes, como el ramo de flores que los devotos dejan a los pies del altar)”. El primer poema del volumen, una suerte de ars poética, se titula “A mi esposa” y tiene versos como estos: “¡Te quiero como quiere la turba paisanera / al potro de mi escudo y al sol de mi bandera!”. Eran otros tiempos… en fin. Lo que se prueba es que su cualidad de memorable no parecería superar los límites del reconocimiento familiar.

Pero las cosas cambiaron; con Torello al rescate de “La cinta cinematográfica” se le otorga por primera vez a Crosa de Roxlo un lugar que acaso nunca tuvo. En efecto, Crosa es vindicada en esta reedición como precursora de la asimilación del cine en la literatura nacional. Como dije, A través de la vida data de 1913. Solo 18 años antes se había patentado el cinematógrafo, y el cine aún estaba en su fase silente, que duraría hasta finales de la década del 20. En Uruguay, el negocio de la exhibición cinematográfica estaba ya instalado desde hacía un buen tiempo. Para el año de publicación de A través de la vida, ya existían en Montevideo cerca de diez salas, que exhibían producciones inglesas, francesas e italianas, en su mayoría. A su vez, había en el país una incipiente producción cinematográfica que ya contaba con varios títulos, aunque eran más bien de tipo documentalista. Habría que esperar hasta los años 20 para que se dieran a conocer los primeros largometrajes locales de argumento ficcional.

Trilby (1894), de Georges du Maurier

No sabemos qué films alcanzó a ver María Elena Crosa, pero a juzgar por su “cinta cinematográfica”, se adivina el impacto que el séptimo arte tuvo en sus fantasías literarias. El argumento del cuento es perfectamente homologable a las ficciones cinematográficas de la época; la trama bien podría ser el guion de alguna de las primitivas películas mudas. Una joven aprendiz de un prestigioso médico es pupila en su clínica, donde un grupo de estudiantes acaba de recibir una lección de hipnotismo como herramienta curativa. Un sagaz y malintencionado alumno intenta someter a la chica a sus más oscuras voluntades por medio de sugestión hipnótica. El buen médico descubre la abyección y castiga severamente al canalla, que comienza a planear su venganza. Por aquellos años, el mesmerismo todavía cautivaba a aquellos que pretendían conocer los misterios de la mente y sus posibilidades. Diversos autores se vieron seducidos por estos temas y los introdujeron en sus ficciones. Recordemos a Arthur Conan Doyle, a Charles Dickens, a Edgar Allan Poe. También Georges du Maurier se ocupó de esto en su novela Trilby (1894), que dio origen a la película Svengali en 1931. En ella, un maestro de música somete a través de hipnosis la voluntad de una joven modelo. Otras películas presentarían a sus personajes valiéndose del recurso de la hipnosis para subyugar a sus víctimas e inducirlas a realizar actos criminales: quizá El gabinete del Dr. Caligari (Robert Wiene, Polonia, 1920) sea el primer ejemplo que se me ocurre por su celebridad canónica actual, también El Dr. Mabuse (Fritz Lang, Alemania, 1922), y la lista sigue hasta estos días.

Otros aspectos destacables tiene el relato. Por un lado, está profusamente salpicado de referencias cultas vinculadas a personajes de la ciencia y la literatura vigentes en la época. Tal es el caso de los nombres de los protagonistas. El villano del cuento se llama Pedro Loti, en cifrada referencia al escritor francés Pierre Loti (1850-1923), quien fue autor de Madame Chrysanthème, la obra que inspiró parcialmente la ópera Madame Butterfly. Loti fue un aventurado viajero, condición que nutrió sus relatos de exotismo. También fue un apasionado del disfraz y del juego de identidades, es decir que fue una especie de actor. De hecho, Pierre Loti era un seudónimo, su verdadero nombre fue Julien Viaud. Para los curiosos, existe un vasto registro fotográfico de fácil acceso que lo retrata con sus múltiples disfraces.

Loti es también el autor de Monfrère Yves (1883), novela semiautobiográfica que versa acerca de su amistad con un marinero bretón, vínculo en el que cierta crítica alcanzó a señalar algún rasgo homoerótico. El nombre Yves, que es también el de un personaje del cuento “La aflicción de un viejo presidiario”, es variante masculina de Yvette, y así se llama la protagonista femenina del relato de Crosa. Acaso sea esto último una mera coincidencia, pero de no serlo, no sería extraño que la autora pretendiera hacer un guiño a un tipo de literatura aún presente expuesta por Loti. El egregio galeno del cuento de Crosa tiene por nombre doctor Marchand. Nestor Léon Marchand en verdad existió y fue un notable doctor en medicina, farmacéutico y botánico francés, nacido en 1833 y fallecido en 1911, dos años antes de la publicación del relato. Esta también pudo ser una casualidad, aunque por aquellos tiempos del Uruguay francófilo bien pudo Crosa haber tenido noticia de la existencia de este doctor.

Vale decir que todas estas referencias más o menos directas a personalidades o acontecimientos vinculados a Francia —no me quiero olvidar de Franz Mesmer, creador del mesmerismo, que se radicó en París y allí fue evaluada su técnica— pueden ser entendidas, en este contexto, como un homenaje por parte de Crosa al país que, de la mano de los hermanos Lumière, fue cuna del séptimo arte.

Es posible que María Elena Crosa de Roxlo haya sido y continúe siendo una escritora menor. No hay necesidad de sobredimensionar su aptitud literaria. El texto no reluce por su lenguaje que, aunque correcto, cae en algunas simplezas. La historia, como vimos, no es ninguna originalidad, a pesar de su pionerismo local. Los personajes son llanos arquetipos. Sin embargo, a la luz de los años, Crosa de Roxlo cobra un valor simbólico que debemos a Torello y su salvataje: la reedición de “La cinta cinematográfica” ofrece al cuento como un gesto inaugural, precursor de un tipo de literatura cuyo andamiaje pronto se pondría en marcha en el circuito nacional.

Una última apostilla: la versión impresa merece su elogio. Una vez dijo Alfredo Mario Ferreiro que “el libro debe halagar al público desde el escaparate de la librería”, y lo dijo en demérito de la carátula de Raza ciega, de Paco Espínola. Esta edición, que, por cierto, no habitará librerías, es en cambio un gusto de ver. El texto aparece volcado en un papel verjurado, color hueso, de buen gramaje. El cuerpo no fuerza la vista, o la fuerza apenas. La tapa es una atracción: impresa en un acetato, un fotograma repetido en hilera evoca la cinta cinematográfica.

 

El cuento se puede leer aquí.

 

La nota recitada por Martina:


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