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  • Federico Giordano

Una carta de amor al periodismo


Todos recuerdan que la identidad secreta de Superman era el medianamente inepto Clark Kent, periodista. Dice su leyenda que junto a Lois Lane denunciaron y llevaron a la cárcel a miles de criminales, y que eso se reflejaba de forma sistemática en sus columnas y primeras páginas del diario El Planeta. Pienso que sería un reto, sin embargo, pedir, aun a los seguidores más fieles del Hombre de Acero, que recitaran o al menos relataran algunas de las famosas piezas que el dúo de reporteros escribió.

Qué pasaría si Superman fuera solo Clark Kent, y todos sus superpoderes dependieran de su máquina de escribir y su capacidad para describir un mundo futuro pero difícil de precisar, en profunda bancarrota moral, denunciarlo sin concesiones, ni hacia los otros ni hacia su propia seguridad o sanidad mental. Seguro no veremos al hijo predilecto de Estados Unidos, la moral personificada, sino a este calvo, tatuado hasta en el culo y cínico que no puede terminar de adaptarse a sus propios ideales y los lleva a punta de una pistola que distiende los intestinos de los que puedan ser alcanzados por sus disparos. Un ángel del gonzo, reencarnación de Hunter S Thompson, padre de este estilo de periodismo involucrado y desposeído de pretensiones de objetividad o de decoro, o de cualquier cosa que se meta en el camino de la verdad.

Transmetropolitan (1997-2002) es la historia de Spider Jerusalem, demente, drogadicto, obsesionado con las funciones fisiológicas del cuerpo y periodista. Jerusalem ha estado cinco años en las montañas, lejos de la ciudad, pero sus editores le reclaman dos libros que aún debe, herencia de épocas de detestada fama. Eso le implicará volver a la mugre de la ciudad y sus vicios, el único lugar donde en realidad puede escribir.

Qué pasaría si Superman fuera

solo Clark Kent y sus superpoderes

dependieran de su máquina de escribir

Este cómic, llevado adelante durante sus 60 números1 por el dúo Warren Ellis y Darick Robertson (con tintas de Rodney Ramos), mantiene una continuidad temática y de atmósfera. Es una señal importante que el equipo creativo se haya mantenido intacto a lo largo de su publicación, salvo por la sucesión de editores que parecían no poder sobrevivir mucho tiempo al torrente ficticio-real de Jerusalem, y a quienes Ellis recuerda en el último número: “Fue una masacre”. La ciudad respira suciedad y saturación, detalles encadenados de demencia consumista y grotesco pseudodigital —esa visión del futuro tan de los 90— que se manifiestan cada vez que Robertson se apropia de una página completa, ya sea con Jerusalem al centro, como un mesías hiperactivo y verborrágico, o cuando algún otro personaje, secundario o central, deambula por un espacio que atrae y horroriza con su potencial familiaridad.

Como corresponde a un mundo en estado de descomposición y corrupto, el sexo es omnipresente pero des-erotizado, cuerpos semidesnudos lejanos a los epítomes de belleza de su época o la nuestra, pieles cansadas y marcadas por el tiempo, ojerosos poscoitos, cableados frecuentes en espíritu cyberpunk, pero también la pregunta sobre la identidad, la descorporización. Además, seguramente fuera de lugar en otras manos, una ternura que sobrevuela ese mundo, y cada tanto, muy cada tanto, aterriza calculadamente en sus páginas.

Para muestra se pueden leer de forma independiente “Otra fría mañana” (No 8), acerca del trauma y el desfasaje temporal de una fotógrafa de noticias que sufre los efectos de una criogenia negligente y deshumanizada; y “Negocios” (No 40), en el que Jerusalem escribe sobre la prostitución infantil mientras entrevista a niños removedoramente adultos y desconectados de sí mismos, con apenas flashes de actitudes acordes a sus edades verdaderas.

A su vez, alternando entre el diálogo y lo que Jerusalem piensa o escribe, las viñetas reclaman una intimidad con la palabra. Una convicción hacia su lugar en el mundo y su valía. Ya en los primeros números, Jerusalem, encaramado al techo de un prostíbulo con su máquina de escribir, relata para una transmisión en vivo los disturbios en un barrio de Transentes (humanos que eligieron combinar su código genético con el de extraterrestres y reclaman sus derechos).

Este Batman no se descuelga para darles una paliza a los violentos que abusan —policías con sus cachiporras y escudos anti o pro disturbios—, sino que desde su lugar preferencial da materia a los hechos que inundan todos los canales y los medios, y llevan al utópico, pero esperanzador, cese de la violencia a partir de la difusión masiva de los desmanes represivos. Más tarde, antes que Jerusalem tenga oportunidad de celebrar, un grupo de policías le dará una golpiza por haber intervenido: “Nos jodés de nuevo y te vas a tu casa en una bolsa”. En el mundo de Transmet nada es justo o cierto por mucho tiempo, pero a Jerusalem, necesariamente masoquista, eso no le importa, y volverá una y otra vez a arremeter contra la sociedad que condena y que —como si fuera una broma de la esperanza— más lo celebra cuanto él más la repudia.

Es significativo que una buena parte de la historia se centre en una carrera presidencial violentamente cercana a la de nuestros días, como si los idealismos de la era Bush vs Gore, o alguno similar, se hubiera contaminado del espíritu Trump antes de tiempo. La Bestia y Sonrisas, los dos candidatos, buscarán sumar a sus filas a Jerusalem, que verá puesto a prueba su escepticismo hacia las campañas electorales varias veces, y finalmente declarará la guerra a ese sistema político, aunque eso signifique asumir un bando —lo que más detesta—. Una guerra que muchas veces dudaremos si podrá ganar —o sobrevivir— en un mundo en el que la verdad está sumida en el caos y la corrupción omnipresente amordaza —casi como algo esperable y que es raro que demore tanto en suceder—.

Además de los dos candidatos a presidente, de especial complejidad, entre los personajes que acompañan a Jerusalem merecen mención especial sus dos “mugrosas asistentes”, cada una con su propia dimensión y vocación, y que deben lidiar con las locuras, caprichos y “métodos” de Jerusalem. Una gata sin nombre, de dos cabezas y adicción a la nicotina, es la mascota casi tierna en su deformidad y pésimo genio que el periodista adopta de la calle completando su carácter contradictorio. De igual manera, produce una extraña sensación la incursión hacia el tema de las enfermedades mentales que, en la temperatura bizarra de toda la obra, recuerda los mejores momentos de Denny Crane (William Shatner) y su “vaca loca” en la serie de abogados Boston Legal.

Transmetropolitan es una carta de amor disparatada, épica y lúcida al periodismo, al día a día de decir y a la esperanza de alguna vez hacer una diferencia. También hacia el trabajo silencioso detrás de los grandes nombres, a las personas que desde sus sillones de decisiones controvertibles y responsabilidades inmensurables en caracteres también ponen sus cuerpos: “Dejame que te diga cómo es. Vos juntás evidencia y escribís historias. Eso es lo que hacés. Ese es tu trabajo. Yo soy un editor. Eso quiere decir que yo hago todo el resto”2.

 

***En diciembre de 2018 se publicará en inglés Transmetropolitan Absolute Vol. 3 por parte de la editorial DC, que cierra una nueva compilación de los 60 números originales, los dos especiales y varios materiales extra. En español existe una compilación en diez tomos realizada por editorial ECC de España y publicada en 2016 (disponible en tiendas en línea y en el sitio de la editorial).

1Con además dos números especiales, “Odio este lugar” (“I Hate It Here”) y “Mugre de la ciudad” (“Filth of the City”), ambos con fragmentos de las notas de Jerusalem ilustrados por artistas invitados. 2En idioma original: Let me tell you how it is. You gather evidence and write stories. That's what you do. That's your job. I am an editor. That means I do everything else.

 

La nota recitada por Federico:


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