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  • Francisco Álvez Francese / Gastón Haro

11. Sonambulismo


Sobre “Berceuse blanca” de Julio Herrera y Reissig (El teatro de los humildes, 1913)

Primero llega la orden y después la música. Las imágenes van cayendo más tarde, cuando ya se está perdido, cuando ya se ha entrado en el vaivén irresistible de la nana macabra, de la que nadie sale ileso. Hay entonces un susurro de árboles y telas, de páginas de la Idea, que van pasando en forma de princesas durmientes, de altas torres, de dragones protectores. De mitologías que hacen carne en retablos hermosos y delicados, en cuerpos que se doblan en sueños, en pensamientos que se despliegan en densos cortinados de oriente, en la noche final, en manos que se sostienen ahí como muertas, mientras la consciencia vela como una ínfima fruta. Está esperando, en el bosque, las cosas del sentido. Y alguien (no se dice), que es la poesía, como una madonna en un cuadro maravilloso, parece inclinarse sobre el mundo desde su cielo. Esa noche hiperbólica es una espectral memoria que no llega, es la cruz en la ventana y el vampiro, la metáfora que persigue a la cosa hasta acorralarla, sólo para perderla. El motivo y las notas, como una algarabía religiosa, se sueltan en el mero charco y parecen iluminar su muda inmundicia. Pero el cuarto es el auténtico espacio de toda la perversión alucinada, donde se apilan los restos y se sublima el fetichismo de los objetos que se ponen ahí para ser vistos todos juntos, reinas y paisajes, sobre la densa hondura del sexo y de la muerte, las flores, las diosas, las exóticas cadencias. ¿Con qué sueña la Virgen, madre de lo inasible? Hay una geometría del desvarío, de líneas que dejan marcas más allá del tapiz, de ese velo de ilusión que todo cubre y que se abre para mostrarse en lo real, como el negro abismo en la tierra en que caerán los pétalos y el fantasma se encorvará para develar los huesos. Un enigma sin solución, los recovecos de los pasillos mentales, de las cámaras de lo sin materia, que se levanta como un mudo eco y destroza de belleza. Porque la canción de cuna es también marcha fúnebre y no busca solo aplacar en el reposo, sino revivir los muertos para que sigan deseando.

A ti, Julieta, a ti

I

Adorad a la Virgen en su amable santuario,

junto al lecho en que velan devociones azules;

una forma imprecisa bate el sordo incensario,

y es el humo de encajes de cortina y los tules.

¡Cómo va y viene el rítmico pleamar de tu seno!

Es la luna que ondea en un lago que expira.

Loreley tañe el alma y la Muerte conspira

en el círculo de ópalo de ese abismo sereno.

II

¡Silencio, oh Luz, silencio! ¡Pliega tu faz, mi Lirio!

No has menester de Venus filtros para vencerme.

Mi pensamiento vela como un dragón asirio.

Duerme, no temas nada. ¡Duerme, mi vida, duerme!...

¡Duerme, que cuando duermas sin fin, bajo la fosa,

mi alma irá en los beatos crepúsculos a verte,

y con sus dedos frágiles de marfil y de rosa

desflorará tus ojos sonámbulos de muerte!

III

Su mano blasonada de esmalte y de jacinto,

su ilusa mano de agua sedante que apacigua

como un Leteo, mano muerta que sueña un plinto,

mano de santa y mano de una deidad ambigua...

Sus manos en un gesto gótico de cansancio

duermen no sé qué sueño de candores ilesos,

y como en las suntuosas vitrinas de Bizancio

desgranan distraídas un rosario de besos...

IV

¡Silencio, oh Luz, silencio! ¡Duerme, mi vida, duerme!

No has menester que Venus sus legiones embosque.

Duerme, no temas nada. ¡Heme a tus pies inerme,

pálido como un pobre niño a mitad de un bosque!

V

Alguien riza las alas. Alguien vuelca los ojos.

Su mirada es de luna y de sol es su veste.

Miradla: es la divina Poesía celeste,

con los brazos en cruz y plegada de hinojos.

Duerme, que mientras duermes, mi alma en incandescente

escala de Jacob hacia los astros sube...

Y que tu rizo negro sea la sola nube

que turbe el ilusorio menguante de tu frente.

VI

Entre irreales tules, gaseosamente anida,

el lecho, un espejismo de Primavera inerte,

y es como una magnolia narcótica de vida,

que se abre bajo un blanco crepúsculo de muerte.

—En el tapiz de Oriente, a la sombra de un dátil,

una pastora sueña con el alma inclinada,

sin mirar que a su vera, desde amable emboscada,

le insinúa una flecha el Arquero versátil.

Y suspira su canto: “¡Ven y rige la sonda

en el mar de mis penas; pon tu beso en mi herida,

húndeme tus desdenes, y mi muerte tan honda,

te dirá, sin decírtelo, hasta dónde eres vida!...”

¡Reposa, oh Luz, reposa! ¡Pliega tu faz, mi Lirio!

Nos has menester de Venus filtros para vencerme.

Mi amor vela a tu lado, como un dragón asirio.

¡Duerme, no temas nada! Duerme, mi vida, duerme...

VII

¡Cómo sueña la Virgen! ¿Soñará en cosas vanas,

en su hermana la rosa desmayada en un vaso,

en el mago Aladino o en las otras hermanas

que hartarán de bombones su zapato de raso?

En su seno hay rielares de luz blanca y de seda

y palpita dormido sobre olímpica cuna,

en un ritmo celeste, como el huevo de Leda

fecundado por una apoteosis de luna.

La expresión distraída de su claro aderezo

y su risa entreabierta son tan ebrias de encanto,

que esa noche —sin duda— se olvidó de algún rezo

¡o pensando en su amante, se durmió con un canto!

¡Oh levedad de líneas! ¡Oh esbeltez de contorno!...

Algo ruega, algo late en la oscura armonía...

Es tan bella, que el Ángel azul que vela en torno,

se interroga temblando si es su amante o su guía...

¡Duerme, que cuando duermas sin fin, bajo la fosa,

mi alma irá en los beatos crepúsculos a verte,

y con sus dedos frágiles de marfil y de rosa,

desflorará tus ojos sonámbulos de muerte!...

VIII

Su tenue mano de agua sedante que amortigua,

ópalo del olvido para morir soñando,

su mano cincopétala de una fragancia antigua,

duerme sobre su pecho, como en un plinto blando.

En sus sienes añilan transparencias de copo.

¡Oh mi exangüe Nirvana! ¡Oh mi etérea Latzuna!

Y arden en un halo espectral de heliotropo

sus clementes ojeras otoñales de luna.

¡Cómo su cabellera de azul negro trasciende

sobre el busto que es todo joven luz y armonía!

Es tan vivo el contraste de ilusión, que sorprende

como si anocheciera en la mitad del día.

Sus joyas —un zodíaco de luz cristalizada—

titilan en su gala de ingenuo paraíso:

como a los astros para rielar les es preciso,

que el día de sus ojos se duerma en la almohada.

¿Quién al verla en su hipnosis, bajo el ciego misterio,

recelara el prodigio de su rayo iracundo?

¡Oh Judith de la gracia, en su mano de imperio

sustentara inaudita la cabeza del mundo!

Alguien riza las alas. Alguien postra los ojos.

Abre el velo de Maya y unge el beso de Alceste

Recogida en su cuello y plegada de hinojos,

se parece a la ingenua Poesía celeste.

¡Silencio, oh Luz, silencio! ¡Duerme, mi vida, duerme!

No has menester que Venus sus legiones embosque.

Duerme, no temas nada. Heme a tus pies inerme

¡temblando como un pobre niño a mitad de un bosque!...

IX

(Afuera es un motivo de Brahms sobre un exótico

panteísmo, que enuncia descriptivos efectos;

es todo un retornelo de columpio narcótico

para oboes de ranas y marimbas de insectos...)

—En el tapiz de Oriente, a la sombra de un dátil,

una pastora sueña con el alma inclinada,

sin mirar que a su vera el Arquero versátil

le insinúa una flecha, desde amable emboscada—.

¡Qué vaguedad de euritmia! ¡Qué esbeltez de contorno!

Auscultad el silencio de la abstrusa armonía.

Es tan bella que el Ángel azul que vela en torno

se arrodilla temblando... y es su amante y su guía.

¡Ave que en el harmonium de su carne salmodia;

hostia de gracia inmune! ¡Todo se exhala en Ella,

desde sus eucarísticos éxtasis de Custodia

hasta sus inefables desnudeces de Estrella!

Yerra en su labio, al ritmo de una celeste brisa,

la violeta cautiva, péndulo perfumado...

¡Cuántas veces mi alma pendió, muda a su lado,

de la dilatación perla de una sonrisa!

¡Aspirad su incorpórea levedad de Ulaluma!

En sus sienes rutilan transparencias de copo;

y vuelan sus orejas otoñales de bruma,

como vagas libélulas de una tarde heliotropo.

¡Qué nonchalance de Reina! ¡Qué ebriedad de eufonía!

En su gracia inclinada convalece una estrella;

en sus líneas herméticas canta la Geometría;

¡y en su actitud beata reza un Enigma en ella!

Ramos de Serafines etéreos de alabastros

deshojan primaveras líricas en su pecho:

las noches inauditas se abren sobre su lecho,

¡y tras de la cortina velan todos los astros!

¡Pliega tu faz, mi Lirio! ¡Duerme, mi vida, duerme!

No has menester que Venus sus legiones embosque.

Duerme, no temas nada. Heme a tus pies inerme,

temblando como un pobre niño a mitad de un bosque...

¡Qué efluvio de Epopeyas! ¡Qué anunciación de rosas!

¡Qué frémito de mundos! ¡Qué beatitud de ritos!

¡Qué alumbramiento en éxtasis de azules infinitos!

¡Qué aleluya inspirado late en todas las cosas!

Sauce abstraído y arpa muda, vaso de Ciencia,

mística sensitiva que sus gracias restringe,

noche estrellada y urna blanca de quintaesencia,

¡eres toda la Lira y eres toda la Esfinge!

¡Oh Plegaria del verbo, Iris de dulcedumbre,

interjección de un sabio vértigo sibilino,

cáliz evaporado en fragancia y en lumbre,

eres todo el pentagrama y eres todo el Destino!

La pompa de tu frente reclama una diadema,

por santa y por augusta, de Emperatriz de Hungría

y tu escote, Laponia de blancura suprema,

el collar de una Aurora boreal de pedrería.

¡Síntesis de Gliceras, Diotimas y Atalantas,

eres toda la Esfinge y eres la Lira toda:

por ti se alzan las treinta cúpulas de mi Oda,

y todos mis imperios se duermen a tus plantas!

¡Oh Cristalización de luna! ¡Oh fausta gema!

De todas las Estéticas filosofía y norma,

ánfora pitagórica de idealidad suprema,

¡Carne inspirada en éxtasis y Éxtasis de la forma!

¡Oh Ifigenia que en sueños crece hacia lo Invisible!

¡Diana de luminoso mármol que nada turba,

Astra de Cien Poemas ebrios de Incognoscible,

Catedral de la Vida y Orquestrión de la Curva...!

¡Silencio, oh Luz, silencio! ¡Pliega tu faz, mi Lirio!

No has menester de Venus filtros para vencerme.

Mi amor vela a tu lado, como un dragón asirio.

¡Duerme, no temas nada! ¡Duerme, mi vida, duerme!

¡Duerme! ¡Cuando durmamos la eterna y la macabra,

la insensible y la única embriaguez que no alegra,

y sea tu himeneo la Esfinge sin palabra,

y el ataúd el tálamo de nuestra boda negra,

con llantos y suspiros mi alma entre la fosa

dará calor y vida para tu carne yerta,

y con sus dedos frágiles de marfil y de rosa

desflorará tus ojos sonámbulos de muerta!...

 

El texto y el poema recitado por Francisco:


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