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  • Francisco Álvez Francese / Gastón Haro

​14. El pecador


Sobre “Éxtasis y pecado”, “El aire acá” y “La casa en llamas” de Álvaro Figueredo (Poesía, 1975)

Como si el nombre fuera otro, como si se corriera hacia un fondo oscuro, tras el telón. Como si ahí se encontrara el rostro auténtico, en una sombra difusa, apesadumbrado y nocturnal, como si se dejara el murmullo que nos designa y uno se denominara a sí mismo, con nuevos bríos, en castigo. Y por eso se adjetiva, pero ¿quién es? Se puede pensar un lugar: una calle, la música (reptil de lupanar), el Arca de la Alianza. Es la ropa legendaria que cubre esta piel nueva, patética de gozos. Es el rechazo que se alza desde la arena lejana y se cuela por los adoquines, como una espesa gota de alquitrán. Entonces las cosas se van sucediendo en visiones movidas, sacudidas, con el peso livianísimo de la Historia, como si fuera algo trivial, pasar la tarde en casa. Y en todo el trasiego del tiempo por los versos sin parar, agitado como por un viento, sin vacilaciones, se ponen los sonidos, voces lanzadas, personajes de Hollywood que actúan ahí adentro su papel eterno, la disposición de las manos, proyectadas hasta siempre en ese paso hacia la invisibilidad. Las reminiscencias de la vida disipada, hermosa, de oriente, como un sueño de hojas y de inciensos, la traición, las mujeres que visten disfraces delicados. Todo se diluye y se condensa a la vez, así, en un sueño que se parece a la literatura: las cosas transitan, como en viaje, personas y lugares, ruidos de consonantes y todo lo dice Figueredo desde una música íntima, recorrida, que se edifica sobre el movimiento y cae como un estruendo cuando termina. Como la pregunta, como la duda que se apresura a acudir a la herida: ser hoy, y haber sido, el testigo mudo, el solitario que carga con la vergüenza, con la elevación no pedida de ser quien ha renunciado al Dios humano, quien ha visto con malos ojos ese cuerpo sacudirse bello, insensato, fabuloso, obscenamente ajeno. Y la destrucción, por eso, parece otra cuestión del día, el merecido final que se prolonga, que reclama el que nada sabe, aquel que no podría jamás decirse entero.

Éxtasis y pecado

(1963)

Es David.

(No soy yo)

El rey despójase

de orgullo y vestiduras. Danza el salmo.

La ofendida Michal tras la mirilla.

Jerusalem amándolo.

Es David.

Sus rodillas estatuyen

la ceremonia, el delirante rango.

Si no fuera David ¿quién lo vería?

(Acaso yo) 1930.

Un bandoneón reptando hacia la esquina

del Puerto. El bar sacrílego.

¡Qué tango!

El aire acá

(1953)

Yo

el orgulloso el pecador yo ahora cuándo

yo el excesivo

el orgulloso yo

la distraída bestia acá en secreto

ella sin tino ah pero siempre

este mantel la madre aquella y la

esquina aquí

y el libro y el caballo

todo se va el orgullo

el gran hipódromo amarillo

el gran círculo, el gran

lo corre y vuelve y no

ya es otra cosa

arrepentida silba no es la misma

la herrería la puerta el hasta luego

son otras herrerías otras puertas

dirigiendo su voz es esa espiga

que me limpia la boca

ah y todo basta lo más pequeño y esta

ceniza y esta jarra de memoria

y luego

esta otra vez mi calle

y cuándo y qué la esquina y ¿cuándo? y ¿qué?

La casa en llamas

(1954)

Duro rayo cayó sobre la casa

y ayer el rojo trueno

mirando por el ojo de la llave

huyó la puerta ardiendo calle abajo

de la desierta ruina

un elefante de humo

izó la trompa en busca de su huésped

mister Pullman no estaba en la terraza

ni su mujer vestida de odalisca

Iván había ido al mitin

Douglas al tennis Luise en bicicleta

entre campos de boj

y el rayo vino rojo bailoteando

sobre el teclado eléctrico

el tejado se hundió sobre la estufa

nada ni libro ni jardín ni piano

ni cofre nada el trueno

con polvorienta lengua llamó y nadie

dijo acá estoy ni el viento

dobló la esquina o fue de plaza en corte

buscando al habitante al hijo joven

a nadie porque nadie iban los cinco

por los mares sin nadie cada uno

lamiendo su pastilla

de dorado terror sin conocerse.

 

El texto y los poemas recitados por Francisco:


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