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  • Francisco Álvez Francese / Gastón Haro

7. La patria


Sobre “Canta un guaso” de Juan Baltasar Maciel (1771)

La patria es decir que no. Es un agujero en la tierra, porfiado pozo que se vuelca sobre sí mismo, hondo de huesos y dejado de las Musas. Es la sombra del árbol retorcido que reniega de la raíz, que crece justo contra el cerco y fractura. La patria es revolverse en el idioma, renegar del brasilero todavía portugués; es morir en cualquier ciudad, siempre de otro. La patria se dice afuera, cuando uno no sabe ni dónde mira, ni si mira, ni si sitia con palabras y en versos. Usa una forma vencida pero con voz rabiosamente nueva, que nace del interior y fabrica su eco en las plazas. El que va diciendo está en el límite, en el extremo del territorio Real, en la frontera de la decencia, de la ley, de la contemplación. Mira para adentro (para abajo, para seguir con la metáfora), y es todo negro, pero hay unas brasas ardientes al fondo, un poco de carne humeante. La patria canta, es decir: se canta. Ni se dice, no se pronuncia en discursos, ni en oraciones que se estirarán como alambrados: se entona de noche, porque esa es la voz que le dieron, al borde del quichua, de Castilla, del italiano. Ahí estaba el guaso, que será gauderio o será gaucho, patrón de las partidas y los malones y las conquistas, asesino de sí mismo, esperando con la boca abierta, llena de aire, y le dieron voz y se puso a decir cosas la patria, copla y sinvergüencería. Va entonces diciendo como en una quebrada de rimas que se superponen, victorias que tienen un revés amargo en el futuro y ocultan la risa tras una mano apretada. Porque la patria cuando termina de cantarse se agota, se desangra. Porque la patria que se entona, por la que se muere, siempre está terminando. Se encabrita en el camino, está más allá del decoro y de la pompa; finge, se trasviste para pronunciarse, toma palabras y gestos de una grosería exquisita; se ofrece, se da entera y si canta muere. Pero si no canta muere.

F: Gastón Haro

Nota: Este romance celebra la reconquista de Colonia del Sacramento por las tropas españolas, comandadas por don Pedro de Cevallos. El vigésimo segundo verso se perdió, según Pedro Luis Barcia, “al ser guillotinado el papel para la encuadernación”.

Aquí me pongo a cantar abajo de aquestas talas, del maior guaina del mundo los triunfos y las gazaña, del Señor de Cabezón que, por fuerza, es camarada de los guapos Cabezones que nada tienen de mandrias. He de puja, el caballero y bien vaia toda su alma que a los Portugueses jaques ha surrado la badana. Como a obejas los ha arriado Y repartido en las pampas donde con guampas y lazo sean de nuestra lechigada. De balde eran, mis germanos, Sus cacareos y bravatas, Si al columbrar a Cevallos no lo hubo así el come Bacas. O mas aina: come gente, . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Vuestro don Pina Bandeira Salteador de la otra Banda, que allá por sus andurriales y siempre de disparada, huyendo como avestruz aun se deja atrás la gama... Ya de Santa Catalina las batatas y naranjas no les darán en el pico aunque más griten chicharras. Su Colonia, raz con raz, Disque queda con la playa, y en ella ¿quando la otra harán de azulejos casa? Perdone, señor Cevallos, Mi vena silvestre y guasa, Que las germanas de Apolo no habitan en la campaña.

 

El poema y el texto recitado por:


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