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  • Francisco Álvez Francese / Gastón Haro

4. Exilio


Sobre “Vino para los ojos” de Susana Soca (En un país de la memoria, 1959)

Designa otro tiempo y parece brillar contra un muro la luz antigua de un fuego mental. Se puede ver la dacha, la pared de madera gastada sobre la que se figuran los cuerpos del rigor invernal, el hacha en el tronco, los perros afuera. Árboles alucinados que se ven en ensoñaciones, azules de madrugadas, como extraños relámpagos o cabezas noctámbulas. Como si se entrara a un corredor de las cosas, donde las cosas estuvieran dispuestas ahí y se nos revelaran a la vez propias y ajenas, cerca y lejos, bajo ese resplandor raro que se abre al amanecer por las ventanas. Y en eso anda la merodeante; se la puede ver en un jardín hermoso, pero como si no estuviera, como si caminara a la vez en dos planos, y sin ver. Las cosas puestas en ese lugar por alguien (Dios), pero adivinadas en un paseo que tiene de invención lo que tiene de sueño. Ese llevar de la poesía, ese exilio de las letras, que cercan la figura vehemente de una suplicante, de la perfección y de la pureza de la poeta que se construye, que levanta el territorio de sus versos, que cultiva manuscritos guardados bajo llave, contrabando de Siberia que se oculta entre la ropa opulenta y que traduce (transporta) palabras como páginas o monedas que se dan sotto voce, fingiendo el descuido aristocrático, una ingenuidad severa que oculta terrores y angustias. Siempre todo está lejos, siempre se está yendo a lo imposible, un viaje ciego a un mundo primitivo y perfecto, de nombres puros. Soca peregrina a esa tierra y no regresa; desde ahí manda cartas, firma cheques, dirige universos y deja una nota, los versos truncos de un andar entre sombras, de perderse y de ver, en la oscuridad, un símbolo en las estrellas. Se pierde en esa dispersión el sentido final, la estatua de uno mismo, la idea como forma definitiva y fija, no construida y perfecta. Si se entreabre la piel será sólo para aumentar la confusión, la perplejidad que sin palabras se pronuncia. Hay entonces una comunión con esa piel que se escribe, con esa voz que se recupera como de una memoria, traída de una tierra que tal vez se llame la muerte.

F: Gastón Haro

Nota: “Vino para los ojos” es el último poema de Susana Soca, cuya trágica muerte dejó inconcluso.

“Volando bajo sobre un paisaje ruso”

a Pasternak

En otro tiempo ardía algún fulgor callado

en el más breve fuego de los ojos

me llevaba sin tregua a las cosas ajenas

súbitas familiares desconocidas íntimas.

Amor o vehemencia

puesta en mirar las cosas imprevistas

perderme para hallarlas

buscarme luego para no perderlas.

En el tranquilo el amplio resplandor

del aire, la alegría saliendo de las cosas

discreta como el agua que sale de las hierbas

y un instante separa

el árbol presentido y el árbol recordado.

Un severo paisaje adivinado casi,

busca lugar en mí, yo cedo con dolor

algún espacio que se reducía.

Así metida en mí la señal de abeto

que los cuatro abedules imperiosos rodeaban.

Segura forma de la nieve ausente

al abeto rodea y se evade en el aire

la cabellera vegetal y antigua

se acerca y diestramente se retira

sin entrar en la esbelta casa del abedul.

Hoy la afilada guirnalda me guía

la aguda crencha perpendicular

que lleva el nombre de cuatro estaciones

y rectamente se alarga en el aire.

Más lejos otro claro

y uno es el abedul y cuatro los abetos

estirados vigilan sin esconder la piel

del abedul desnudo, ya pronto para entrar

en la cercana estatua de la nieve

poderoso en lo blanco y su color

el color de la luna que precede a la nieve.

Estatua de sí mismo el abedul

casi sin ramas ya para las hojas

dormidas a lo lejos en el sueño

de algún verano refulgente y breve.

Aquí he llegado y sigo.

Olvidada del alto vino para los ojos

y entre la sangre y la mirada brilla.

En la violencia de las cosas vuelve

esta violencia mía por años escondida

detrás de los espejos en otro tiempo ardientes

por años enterrada en un poema antiguo.

Hoy la encuentro en el aire

en el deseo de estrechar el árbol

o de entreabrir la piel de un abedul.

 

El texto y el poema recitados por Francisco:


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