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Cuatro voces

Emiliano Sagario




La voz

No tengo una voz. La perdí.

Algunos llaman a esto mudez

yo lo llamo parálisis

lo llamo muerte.

Me la arranqué. Me la arrancaron.

Deshilachadas,

las cuerdas vocales cedieron:

la gravedad y el temblor

son cualidades remotas.


No puedo decir. Lo que digo

no se parece a mi sueño,

no se parece a una sola

buena idea aislada.

Lo que digo es:

muerte muerte muertos.

Lo que digo es:

agujero piedra seca negro agujero.


Como los sordomudos

si hay algo que escucho

es el estruendo de una autopista alejada

o el ruido blanco de mil televisores.

Veo los labios moverse

de las personas que admiro y deseo

y pienso que estoy muerto

o no he despertado.


Si no tengo la voz

⏤la voz que me fue dada⏤

es porque soy invisible

le di mi voz a otros

y esto

también

es política.


Como el mudo que quiere hablar

así el grito.




Crush

En el ciento veintiocho

o entre las góndolas del supermercado

juro que te he visto.

No quise soñarlo, de soñar

estoy tan harto

es tan de otra época.


En el supermercado

que ambos detestamos

porque condena nuestras compras

a un hábito descarnado

te vi robar una botella.

Quise pedirte que me invitaras

a tomarla juntos y a brindar

por ese pequeño acto de justicia

pero no quise distraerte

ni que te pusieras nervioso

llevabas auriculares

y no me ibas a escuchar.


Al ciento veintiocho

donde te he visto a horas distintas

donde cada vez que te veo

sos la bocanada de oxígeno

en el irrespirable sudor del hacinamiento

subiste la otra noche.

Levanté la mirada de la pantalla tumefacta

de las redes sociales tumefactas

y vi como tu barba se hacía paso

entre la gente adormecida.

Debería guiñarle

mejor si sonrío, me dije.

Debería dejarte ver mis ojos para que adivines

que no pertenezco a ningún sitio

pero que todas las miserias del mundo me pertenecen.

Enderecé la espalda, contuve

la respiración para ser más ancho

y que fuera más fácil que tu piel

se rozara con la mía.

Apenas el cable del auricular me toca

el cable blanco

que transporta las canciones

que quiero que escuchemos juntos

el cable apenas.


Ya no te veo

⏤te fuiste al fondo del ómnibus repleto⏤

te imagino.

Y por alguna razón

veo tu piel que se esconde bajo la ropa

y el pelo que se enreda sobre la piel de tu pecho

y es tu pecho que se ofrece a mis oídos

para escucharte respirar

y a mi boca

como punto de inicio incierto

de una línea irregular

descendente y húmeda.


El supermercado del que robaste una botella

anuncia una despedida silenciosa.

Vuelvo a tu cuerpo tal como es ahora

una última vez

⏤la imaginación es infinita pero no basta

los sentidos son mejores a esta hora de la noche⏤

te veo de perfil antes de bajar por adelante

veo el aro de plata en tu oreja izquierda

tu mano firme protegiendo tu cuerpo

de los posibles accidentes

y la barba que se lía

con el cable blanco del auricular.




Edurne Azkenean




La casa

Se cae el techo de la casa

mi cama está debajo

y quizás esté ahí

mi cuerpo.

Explotan los vidrios engrasados

de la ventana

me cortan la mejilla

y pongo la otra pongo la otra.

De la bañera sale sangre

del resumidero de la bañera

de las canillas agua negra

me lavo con eso

me lavo los dientes y la cara.

De los enchufes

y de los portalámparas

chorrea un líquido rancio,

gotea sobre mi pelo.

Pronto habrá un cortocircuito.

El jardín está seco

el pasto y las plantas languidecen

y los perros del barrio

entierran los huesos que desenterraron

de otras casas

en la tierra amarilla.

Si hablaran

dirían

que me trajeron un regalo.

Como no saben

gruñen.



Los narradores

A mi hermano le quitaron los ojos

a mi hermana le trenzaron serpientes en el pelo.

Si no te quedás quieta te muerden.

Si se te sale el llanto

te haremos lo que le hicimos a tu hermano.


Después entraron a una casa

por suerte todos se habían ido

pero los vecinos cuchicheaban

a los vecinos les gusta dar pistas.

Se fueron por allí, están en la azotea

siempre están despiertos hasta tarde

qué raro.

Esos, los que no duermen si los precisan,

son mis vecinos.


Tuvimos que correr.

Éramos tan veloces que no podían vernos.

Los perdigones no eran nuestros

tampoco las pancartas

las habíamos incendiado de jóvenes.

En lo de nuestros amigos

todos estaban cubiertos con mantas.

Era el invierno nuestra estación favorita

pero el resguardo no era del frío

sino de lo que el cielo nos había deparado.


Alguien preguntó por mis hermanos

y alguien preguntó por mis vecinos.

Le desharemos las trenzas

conseguiremos el antídoto.

Y si los ojos no manan de su lágrima

sobre las cavidades desiertas

narraremos con detalle

lo que no pueda ver.




 



Los poemas recitados por Emiliano:



 


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