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Distancia antisocial

Gera Ferreira / Katya Peralta







La disociación. La letargación. La aislación. La depresión. La morición. La extrañación. La lloración. La encerración. La distanciación. La engordación. La dormición. La alcoholización. La mamación. La fumación. La pastillación. La abrumación. La castigación. La motivación. La estudiación. La bailación. La televisión. La garchación. La rutinación. La zoomación. La prolongación. La loopización. La normalización. La live-ción. La teletrabajación. La Trumpización. La virtualización. La pandemiación. La contagiación. La sesión. La dicción. La fricción. La entonación. La canción. La sensación. La emoción. La interrupción. La propagación. La fiebreción. La barbijación. La vacunación. La solución. La prohibición. La lección.







Ceremonias. Día 15, despierto y me pesa todo; el cuerpo se hunde durante cinco minutos eternos en los que apenas me da la fuerza para agarrar el celular, cinco minutos de “todo es una mierda, mejor me quedo acá”, pero no, no caigo en esa y me levanto; estiro las piernas sentado en la cama y subo la persiana, las nubes que veo son idénticas a las de ayer; me visto despacio y hago de cuenta que no pasa nada, como el día 1, como si fuera domingo, como si lo único que tuviese que hacer hoy fuese estar todo el tiempo semivestido, comiendo sobras y boludeando, pero es lunes y trabajo; me miro al espejo y mis cuidados se dividen en dos, de la cintura para arriba lo virtual, de la cintura para abajo el encierro. Día 16, básicamente lo mismo, con la novedad de que fui al súper. Son lindas las góndolas, el piso limpito, las heladeras donde está la coca se ven relucientes, los vidrios brillan, me reflejo en ellos más de la cuenta, los paquetes gozan de una salud envidiable, principalmente en la parte de los lácteos, donde los yogures parecen bebés del Renacimiento. Es lindo el súper, y además casi no hay nadie. Me río solo mientras recorro los pasillos con la tote bag vacía, no recuerdo haber venido por algo en especial. Paseo, camino despacito, no quiero irme, me deslizo sobre el piso de un sector recién lavado y comienzo a saltar de un rectángulo a otro, como en aquella escena de la película Big, donde Tom Hanks toca un piano con sus pies sobre el suelo, me agito, transpiro, me río solo pero nadie puede verlo porque tengo puesto el barbijo. Mejor, no es una risa que me dé orgullo mostrar. Hago el ridículo. Vuelvo. Se cierra el ascensor en cámara lenta. Se termina el viaje. Abro. Desinfecto la ropa con alcohol, fumigándome de una peste que no tengo, que no tuve, que no sé si tendré. Las horas pasan. No ocurre nada memorable, algo para recordar, algo digno de mención, algo que le dé sentido a todo esto. Un audio de dos minutos de mi vieja, una tostada quemada, el jabón del baño que se hizo chiquito y debo cambiar, el olor a café que hice hace un rato, la sensación de que nunca oscurece, la voluntad de apagar todas las luces temprano e irme a dormir. Así sucesivamente. Día 17, same. Día 18, same. Día 19, same. Día 20, same. Día 21, same. Día 22, same. Día 23, same. Día 24, same. Día 25, same. Día 26, hubo cadena nacional. Día 27, back to same. Día 28, same. Día 29, same. Día 30, same. Día 31, same. Día 32, same. Día 33, same. Día 34, same. Día 35, same. Día 36, otra cadena nacional. Día 37, back to same. Día 38, same. Día 39, same. Día 40, same. Día 41, same. Día 42, same. Día 43, same. Día 44, same. Día 45, same. Hasta hoy, que al fin logré concentrarme para escribir algo.





Nueva normalidad. Mirar de lejos. Hablar más alto. Moverse lento. Comer parado. / Tocar con guantes. Chocar el codo. Gritar adentro. Extrañar tanto. / Tomar atajos. Caminar lejos. Soñar abrazos. Pensar en labios. / Salir de a uno. Hacer espacio. Sentir la nada. Bancar el llanto. / Atarse el pelo. Estar atentos. Vivir alerta. Estar hartados. / Prender la compu. Marcar distancia. Pensar en otros. Usar retazos. / Abrir ventanas. Sacar zapatos. Oír las sombras. Cenar temprano. / Arquear la espalda. Morir de risa. Perder el tiempo. Cortar el audio. / Send.





Anticonsigna. No te conectes. No gastes minutos. No abras la puerta. No empieces un libro. No hagas pilates. No aprendas bordado. No uses mancuernas. No entres al club de lectura, ni te unas por fin al grupo de yoga. No pongas un vivero en tu balcón. No inventes tapabocas novedosos para vender a precios incoherentes. No sigas la receta. No cocines nada nuevo. No festejes tu cumple virtual. No veas tutoriales. No te instruyas. No te sumes, restate. No estudies. No apliques a la beca. No asimiles la realidad de otra forma que no sea en silencio. No hables, callate. No te cultives. No curses. No practiques. No profundices. No te capacites. No te prepares. No te facultes en nada, sé un imbécil de una vez por todas. No te recibas. No medites. No investigues. No pierdas el tiempo. Pensalo bien. Seguro algo bueno saldrá de todo esto.





Apofenia. Desde que estoy encerrado comencé a hacerlo. Me pongo el despertador bien tempranito, hago el mate, pongo galletas malteadas en un bol pequeño y me siento junto a la ventana del comedor para mirar las nubes. Así todo el día, o hasta que el clima y la luz lo permitan. Estoy en el seguro de paro parcial y realmente no tengo nada para hacer, nada que me motive de verdad. Entonces encontré una actividad gratuita, divertida y saludable en la que, por suerte, voy progresando rápido. Es que las nubes adoptan formas increíbles en pocos minutos. Esa metamorfosis inmediata me asombra tanto que —mientras se revela— intento dibujar las formas en una libreta de hojas blancas que dejo a mano. Es difícil, si hay viento se mueven más rápido y no logro capturarlas. Tiene su yeito. Algunas parecen rostros, rostros que nunca conocí o que me recuerdan a alguien. No son muy concluyentes y eso está bueno, porque puedo tirar varios nombres al azar, sin temor a equivocarme. Otras viajan de una dirección a otra lentamente, deformándose con más o menos consistencia, y lo que era un ojo ahora es boca y luego una mano o pie gigante. Me entretienen. Distribuyen el vacío para mí, literalmente, y mientras que pasan haciendo su número diario, las imagino discutiendo el contenido que planean para mañana, qué formas adoptarán para superarse, para mejorar la performance del día anterior. A veces se ponen medio filosóficas, se convierten en conceptos o en ideas locas que me sirven como disparadores para pensar o escribir. Esos días termino agotado. En otros casos, adoptan formas más reconocibles, un perro, una botella, un árbol o un continente, y ahí me doy cuenta de que se quedaron sin material o que ese día les falló la producción, se les jodió el vestuario o les faltó alguien. Yo las aliento siempre, y de vez en cuando les escribo algún mensaje en la libreta blanca, con letras bien grandes, cosa de que lo vean y sepan que, pese a todo, de aquí no me he movido.




 


El texto recitado por Gera:


 




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