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  • Lucía Germano

La provincia como el interior de uno mismo


Había empezado esta nota hablando de “el autor” pero me resultó ajena. Álvaro Pérez García es un autor, sí, pero también es una persona querida para mí. A contrapelo de lo que la crítica especializada recomienda, no voy a hablar del último libro de Pérez García, o de Apegé, como se lo conoce, sino que comentaré Provinciano (Tren en Movimiento, 2016), ese segundo libro de Alvarito.

Me permito esta indiscreción porque Sotobosque me invita a ello, y porque definitivamente no creo que la objetividad, ni siquiera como ilusión, sea posible ni recomendable para hablar de cualquier experiencia estética. En esta aldea —¿o provincia?— en que casi todos nos conocemos —o tenemos a alguien muy cercano que conoce a ese otro— hablar con desapego de las personas que frecuentamos me resulta a veces un simulacro, una pose que, aunque interesante por la doble ficción que genera, termina por constituirse acaso en un espejismo.

Pero además otra consideración me habilita la digresión, y es que creo que hay autores en quienes vida y obra se mezclan de manera constante. La una es clave para comprender mejor la otra. ¿Cómo leeríamos a Kafka o a Poe si no tuviéramos dato alguno de sus vidas? Sin dudas no carecerían de valor pero algo se nos escaparía. Son escasos los ejemplos tan paradigmáticos, pero ahí están. No en vano Freud creía que la obra es síntoma del escritor. Tampoco de la nada se establece la psicocrítica como alternativa teórica; cierto que algo desprestigiada y en desuso, pero alternativa al fin que ofrece algunas herramientas útiles. Creo que Alvarito es de esos autores que hacen de su cuerpo el lienzo, donde lo estético es una forma de vida. Quizás a eso se deba que esté decididamente enclavado en las escrituras del yo.

Álvaro se autodefine como un “prosista del yo” y añade la cita de Idea Vilariño: “Digo yo por decirlo de algún modo”. Se ha dedicado a trabajar las aristas incómodas y dolientes de una intelectualidad empobrecida, señala la coma ahí donde habíamos visto saldada la discusión. Enemigo de los panfletos y de la corrección política, cuestionador nato, de profesión periodista, es un polemista. Ocupa ya sea desde sus columnas en la diaria (“Ciudad ocre”, “Decirlo todo” y su más reciente “Territorios”) o desde sus dos libros (Injuria —Criatura Editora, 2011—, Provinciano) un lugar problemático que despierta amores y odios. Es que parece estar para tensar las cosas.

Su escritura —y englobo en ella sus libros y sus columnas— invita a pensarnos, nos interroga constantemente y a veces nos busca pelea. Parece ser una pulga que salta de un lugar a otro picando. Esa necesaria función que tienen algunos escritores.

Precisamente, en Provinciano se encuentra todo eso y más. Claro que hay una historia: un hombre desembarca en Buenos Aires proveniente de Montevideo en busca de sí mismo, cobijado por el anonimato que le habilita la posibilidad de forjarse otro. Pero también viaja en busca de amor, porque, según declara, matemáticamente hay más chance: “Si en ese pueblo llamado Montevideo los encuentros (y ni que hablar el milagro) se producen en directa relación con la cantidad de habitantes y el pudor de los mismos, en esta ciudad tendrá que funcionar la matemática”.

Empero este hilo argumental es apenas una excusa para, una vez más, “contarlo todo” a través de una serie de crónicas o relatos (a veces más una cosa que la otra) que quizás podrían ser una novela. Las categorías en Álvaro son siempre difusas. Como es difuso en este libro qué es real, qué es ficción, cuándo es crónica, cuándo confesión.

I: Juan Pedro Salvo

El personaje se prepara para ir a una fiesta a la que no ha sido invitado pero a la que asiste del brazo de una amiga que es bien recibida. Se disfraza con su “uniforme de pertenencia” buscando camuflarse, pero es un advenedizo. En el devenir de la noche desfilan lo selecto de una casta de escritores, periodistas y editores porteños. Todos bellos —desde la óptica del narrador—, todos cultos, ególatras-hijos-de y cargados de sonrisas de dientes brillantes.

Incomodidad que da paso al odio. Como hijo de clase obrera analfabeta rural que es, no encaja. Hasta que sucede “el milagro”: entra el champán a escena (porque este relato tiene mucho de cinematográfico) y el advenedizo, siempre con su copa llena, busca relacionarse. No lo consigue, apenas si molesta, otro poco que agrede. Parece que observa desde fuera —pero está adentro— sin una pizca de indulgencia.

Hasta que otra maravilla aparece y entonces el personaje enfoca su atención en el joven mozo rubio y esbelto que, además, está adornado con bandeja de más champaña. Muy pronto toda esta maravilla se deshace en la mente acelerada de este ferviente deseador que, para su mayor desgracia, jamás se siente deseable. Es largo el látigo y poca la piedad. Y la fealdad es vivida como la peor de las maldiciones.

Por último, casi todos se han ido, la fiesta ha llegado a su fin, el narrador permanece parado en la puerta, solo, consciente de todas sus desgracias y se defeca encima: “Al menos escribo sobre mi propia mierda”, se justifica.

Pero lo importante es el recorrido por Buenos Aires y las reflexiones que le incitan esos ojos que se agudizan para atender a lo no evidente. Una capital de suburbios, de oscuridad y miseria, de inmigrantes; pero que también ofrece su cara turística, “la de Plaza Serrano” o la de bellos y enormes edificios. Esa que maravilla como la gran metrópoli del Sur. “Y, cuál querés que te cuente, dice uno y piensa en la falacia de la gran ciudad”. El narrador, como habrán adivinado, se inclina a habitar la menos decorosa y no el simulacro que cualquier urbe quiere ser y mostrar.

La multifacética Buenos Aires es entonces la protagonista, siempre a través de la mirada subjetivísima del narrador. Ese yo personaje que narra se ofrece y se muestra más por sinceridad y por hacerse cargo de su decir que para atraer la atención sobre sí mismo. Porque si algo no puede reprochársele a este libro es la falta de honestidad, que la exuda en cada página.

Se trata, por tanto, de situarse desde una subjetividad para hablar de otras cosas y para desde ahí ir al encuentro de otros. Apartarse de la masa uniforme, complejizar al otro fuera de su pancarta que a fuerza de grito y bombo suele ser lo primero y único que vemos.

El territorio —en esta ocasión Buenos Aires, en otras Montevideo, o México DF, es dable pensar que vendrán más— está siempre presente en Álvaro; una suerte de flâneur posmoderno que transita y explora, sí, pero que no se hace uno con la multitud sino que se involucra en asuntos sin perder su individualidad.

La identidad y su construcción es abordada con muy interesantes reflexiones. Álvaro es homosexual —algo que en Injuria estructura la narración y, en esta ocasión, aunque menos, es relevante—, sin embargo, rehúsa de las banderas multicolores. “Yo no puedo ni quiero encasillarme”. Es una postura que en la vida real le ha costado unas cuantas riñas. En Provinciano reflexiona el narrador que la identidad “más fuerte se vuelve cuanto más es maltratada. Si quien uno es o quien uno cree que es, es arrasado por otros más fuertes [...], a la primera oportunidad (en lo individual y más en lo colectivo) ese dolor [...] se manifiesta o se agrupa. Y se defiende. El problema es quizás repetir la tragedia”.

El amor y el deseo entre varones, la particularidad de los encuentros, es otro tema que transversaliza la narración y ofrece otras posibilidades de pensar los vínculos. En este caso, además, no se trata de una homosexualidad que emula el vínculo heteronormativo: la pareja monogámica, la casa y el perro. Sino que es vivida desde el fervor del cuerpo pero también es búsqueda de cariño, la necesidad del otro, del encuentro; el error en la matrix. “No lo soporto más. No quiero más mi inteligencia y mi retórica [...]. Soy un perro lastimoso que busca una caricia [...]. Mi cuerpo es un desierto árido que invoca una gota de lluvia”.

De una manera u otra, Álvaro siempre se siente un advenedizo, uno que viene de afuera, un provinciano. Proveniente del interior rural, llegado a Montevideo a sus 18 años con escasísimos recursos, es un sobreviviente. De ahí tal vez que la geografía tenga particular relevancia en su narrativa. De hecho, el ser y el espacio son dos constantes. Para los escritores hay vivencia en la escritura, quizás Provinciano sea una forma de asimilar y volver más inteligible y aprovechable esa Buenos Aires que cualquier intelectual uruguayo mira con admiración o recelo, nunca con indiferencia.

En Provinciano encontrarán viscerales soliloquios sobre temas apremiantes, desde una perspectiva no simplista. Encontrarán sinceridad y un narrador que se frustra pero no deja de buscar. Aventuro que no será posible salir indemne. Escribir desde el propio cuerpo requiere valentía. Leer con el cuerpo, también.

 

La nota recitada por Lucía:


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