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  • Alejandra Frechero

Documentos de paz en la selva


Urnas, cajones, sarcófagos marmolados,

¿cómo suena el silencio dentro del nicho del piso 5, cómo suenan los pájaros?

Hicimos de la muerte mil inventos, claustros helados, intentos vanos de conservar lo inconservable, necios, humanos. ¿No hay más armonía en morir más abierto, más para afuera, más amigos de la tierra, más amigos de la vida?

Eso, y que me pasé toda la semana escuchando la banda de sonido de Pocahontas cuando volví a encontrar en mis recuerdos la escena de Abuela Sauce y su mágica primera aparición en la película. Yo también quiero ser árbol después de ser humano.

Mirar para arriba y no ver el cielo es la Mata Atlántica, un tipo de selva tropical que se encuentra en Brasil, Paraguay y Argentina. Útero de las mayores biodiversidades del planeta, deforestada indiscriminadamente desde hace más de 30 años. Solía ser la continuación del Amazonas, cubriendo un área de más de un millón de kilómetros cuadrados; son solo ahora pequeños fragmentos aislados de selva los únicos sobrevivientes al destrozo humano. 93% de selva asesinada y 7% de su área original preservada en reservas de esas que aparecen luego de que el hombre toma consciencia de que ups, perdón, le arrancamos un pulmón al planeta.

Ilhabela es una isla perteneciente al estado de San Pablo que forma parte de esta Mata Atlántica en reserva. Mauricio Zina (29) es el fotógrafo uruguayo responsable de narrar en una serie de 25 fotografías una de las historias más hermosas escondidas en este paraíso remoto.

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Orquesta mortal de serpientes venenosas, el canto de los tucanes y el zumbido uniforme de un ejército de insectos à l’élection. Casi a una hora de caminata desde la costa, atravesando un camino hecho a mano que se vuelve cada vez más angosto, vive Jaroslav, un habitante de la selva. Entre maderas, chapas y libros, con su huerta y con sus perras, un hombre que viene de la guerra, respira.

En palabras de Mauricio, la historia detrás del personaje: “Jaroslav nace en Eslovenia en 1970. A muy temprana edad se muda junto a su familia a las afueras de Belgrado, Serbia. A principios de la década de los 90, la guerra de separación de Yugoslavia estalla y es llamado a luchar durante siete años en el frente del ejército serbio. Durante ese período se promete a sí mismo que si sobrevive a las atrocidades de la guerra, se irá a vivir a una isla paradisíaca. En 1998, cumpliendo con su promesa, se embarca hacia Brasil. Luego de recorrer el país, encuentra en Ilhabela el lugar donde construye su nuevo hogar que bautiza ‘Oricongo’. No cuenta con energía eléctrica y el agua la debe extraer del río que pasa a unos metros de su casa. Jaroslav nunca más ha regresado a Serbia. Según él, ha encontrado la paz en la Mata Atlántica”.

En el hombro, la identidad en tinta: la Tierra con los puntos cardinales junto al Sol representan la naturaleza. Unos centímetros más abajo, el águila negra y la fecha de alistamiento en el ejército. Dos vidas que confluyen en plena retroalimentación. La paz de la selva sana las heridas, mientras que los conocimientos y habilidades adquiridas en la muerte están ahora al servicio de la vida: Jaroslav se dedica a recolectar desde lo más profundo de la Mata Atlántica especímenes de plantas que el humano ha deforestado en la zona costera para luego replantarlos en lugares menos hostiles. De este modo, intenta evitar con sus propias manos la extinción de especies en peligro y favorece desde su lado más humilde y armónico a devolverle a la tierra un pedazo de vida que le fue arrancado. Un pasado en vínculo estrecho con la muerte se transforma ahora en nacimiento, en naturaleza, un corazón humano que se redime y entrega a la transformación que implica todo lo vivo. Aquí el origen etimológico de la palabra Naturaleza, palabra derivada de natura, cuya procedencia es la misma palabra en latín. La palabra latina natura es, a su vez, derivada del participio del verbo nasci, que significa Nacer.

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Las imágenes están tomadas en 120mm en blanco y negro, reveladas y ampliadas artesanalmente por Mauricio, alumno de Carlos Porro, a quien reconoce como figura esencial en su crecimiento creativo. La naturaleza, siempre su musa. Dedicó gran parte de su carrera a la fotografía acuática, siguiendo a surfistas internacionales alrededor del mundo; el mapa de las olas era en ese entonces el mapa de su vida. Ahora más que retratar, le interesa narrar, documentar historias, ¿sabían que los papagayos andan siempre en pareja?

Creo que, más allá del alto grado de poesía que esta historia contiene, es interesante destacar el trabajo que hace Mauricio sobre la realidad y el respeto que inspira el fotógrafo hacia el documento. En un paisaje sumamente exótico y psicodélico, recargado de colores, formas y texturas en pleno movimiento, Mauricio persiste, imperturbable en el deseo de reflejar la realidad, de preservarla, de trabajar con ella y en ella para dar a conocer las cosas como son: sin romanticismos, sin enaltecimientos, sin añadidos, sin embellecimientos, en un fiel compromiso con la verdad. Sobre la estampa invisible, claro que es un corazón partícipe, pero se sitúa a un costado, se involucra con lo que sucede sin ser sentimental. Gracias a esta relación tan pura que generan las imágenes de Mauricio con la realidad es que logramos conocer a Jaroslav en su propio contexto, alumbrado con su propia luz.

La enormidad de la selva y un visor permanentemente empañado por la humedad en el aire no lograron perjudicar en lo más mínimo los ojos de Mauricio, esos que le prestan toda su atención, su preparación y su esmero a lo real. Captar la realidad mediante la fotografía es, por más paradójico que suene, muy difícil de alcanzar, además de una práctica en evidente desuso. Sin filtros ni vueltas estrafalarias para que la luz pegue de tal o cual forma, los ángulos y contrastes agresivos de estas fotografías cortan de raíz cualquier intento de desvirtuar las imágenes o viajar a la Luna. El formato cuadrado genera una menor distancia hacia lo fotografiado, el mundo se vuelve de algún modo “más presente” y la proximidad que sentimos hacia lo que vemos es mayor.

Con esta marcada impronta realista, supongo que el poder más grande de estas fotografías radica en su capacidad de sacar a la luz una historia de amor al mundo escondida en la selva. Jaroslav alimenta a los pájaros en soledad, una soledad lejana a nuestra miseria, desprendida de toda connotación negativa, una soledad que vibra al son de la naturaleza y se impregna de ella. Sangre y savia corren por sus venas y Mauricio nos enseña, nos acerca a la historia de un hombre que muere más abierto y en paz limpia con la tierra.

 

Sobre Mauricio Zina, el fotógrafo que perseguía olas y ahora persigue historias, aquí su web y una muestra de su trabajo. Con una marcada inclinación hacia el documento social, podrán encontrarse con retratos de inmigrantes africanos viviendo en Uruguay, sonrisas paradisíacas de los hijos de los pescadores en la isla de Bonete, registros sobre el cultivo ilegal de cannabis en Uruguay, entre otros.

Sobre Jaroslav, además, una exposición que no deben perderse, parte de la muestra colectiva Blanco & Negro, en el Museo Mazzoni de Maldonado hasta el 6 de mayo, en la que también participan Carlos Porro, Matías Ganduglia, Federico Rodríguez y Marcelo Puglia.

 

La nota recitada por María:


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