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  • Alejandra Frechero

La visualidad del tiempo


Pienso a la fotografía como el punto fijo del movimiento. En diálogo permanente con el tiempo, veo el cosmos resonando en estallidos, veo células, químicas historietas con grietas se desprenden. Saco un conjunto de imágenes de un sobre grande y transparente que juega al juego de la única palabra: Brlantida. ¿Qué es?, ¿qué veo? Reconozco el mórbido anhelar mental de querer explicar, cuestiono ahora la relevancia de ponerles un nombre a todos los haberes que a mi percepción se le antoja encasillar cada vez que desciendo en el detalle de cada foto. “BRLANTIDA” en blanco sobre transparente se esfuma, una sola palabra. ¿Brlantida? Es casi un tormento para mi lengua la conjunción desconocida de las primeras tres letras: B-r-l. Concluyo finalmente que todo tiene sentido, porque esta obra ignora consciente los quiénes, los cuándo y los cómo. No es el fin de un proceso creativo, es un sitio de orientación, un portal impulsor de actividades, funciona en adelante como una partitura. Brlantida es entonces el nombre de la obra de Diego Vidart; un fotolibro, a modo de sobre, que transporta en papel el devenir del tiempo y su visualidad. Surge de un hallazgo en Tristán Narvaja: ocho cajas de diapositivas familiares compradas por cincuenta pesos. Nieve, paisajes montañosos, unas vacaciones en algún centro de ski desconocido se perciben débiles y confusos. Un fotógrafo anónimo, un espía lejano observa el universo... ¿desde otro planeta? El eco de la luz atravesada por los tiempos reverbera y llega como un rumor. La luz de las estrellas, el tiempo borda sobre las imágenes fuego, explosiones, pinturas rupestres, solo sombras.

La fuerza estética de estas fotografías reside en el proceso mismo de deterioro del soporte, una conspiración de reacciones químicas entre el celuloide y la naturaleza, bajo el manto azaroso del tiempo que da lugar a la transformación. Diego acuña el término posproducción lenta para referirse a esta intervención natural, que distingue al tiempo en sí mismo como un agente activo generador de imagen. Es el tiempo el que produce los hongos y los distintos factores que ocasionan el detrimento del material y que corresponden en la imagen a las grietas manchadas borrosas y violetas. En este contexto, Diego interviene únicamente cuando resuelve la digitalización de cada diapositiva, tiene un rol de edición, decide cuándo están prontas para ser escaneadas y luego selecciona.

En una paciente labor de apropiación y un finísimo ensayo editorial, Diego apuesta a la recontextualización insertando piezas que ya contienen información dentro de un contexto definido, en este caso, el fotolibro. La propuesta consiste en una serie de 27 imágenes repartidas aleatoriamente en grupos de nueve. Al igual que Diego encontró estas diapositivas por casualidad, aquí las fotos como secuencia tienen una sintaxis al azar; son láminas sueltas que, una vez en las manos del lector, comienzan a gozar de vida propia, pasan a ser imágenes que se pueden volver a perder o distribuir, infinitas posibilidades sin itinerario alguno en un diseño multiuso.

Saco las fotos del sobre, una por una, tienen un tamaño que me exige sostenerlas con ambas manos. Si me interesa apreciarlas, tengo que detenerme; no solo mis ojos sino mi cuerpo deben estar dispuestos al encuentro. “No hay nada particularmente interesante que entender, sino ver imágenes, volver a ver imágenes”, dice Diego, quien claramente no eligió en vano las dimensiones de presentación. Ante la sobreabundancia de imágenes, la exhumación y reubicación de estas diapositivas cobra sentido porque nos invita a contemplar con distancia y aire de por medio. Es la búsqueda de un respiro y un cariño a los ojos cansados, asfixiados (y aburridos, vamos), en este permanente dialogar a través de imágenes, donde accionamos en la vida produciendo y consumiendo con el dedo necio del scroll. Así, el formato de esta obra procura crear un espacio de contemplación.

Una serie que funciona como experiencia, un juego a medias con el tiempo y la naturaleza de las imágenes de un pasado que vuelve en otro cuerpo. Brlantida cuestiona, imagina y, por sobre todo, nos convoca a volver a observar, que también es absorber, con ojos calmos y atentos.

Ah, y sobre el nombre, Brlantida es una palabra nueva, la conjunción accidental de las únicas dos etiquetas que se encontraron en el material, otra vez el azar.

 

La nota recitada por Ale:


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