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  • Federico Giordano

La verdad en la parodia


¿Después de la exhumación de los grandes relatos —y la verdad como víctima colateral—, qué espacio queda para preguntarse por la identidad nacional de un país que apenas usa esa palabra? ¿Qué distancia real hay entre una estatua de bronce y un prócer no muerto? ¿Tiene el mundo de los superhéroes algo que aportar a nuestra historia patria?

Prócer Zombie es la respuesta de los hermanos Andrés (1986) y Leonardo Silva (1979), que se entronca con una tradición uruguaya de cómics de escenario histórico, que se remonta a Cardal (Martín Bentancor-Dante Ginevra), Acto de Guerra y Los últimos días del Graf Spee (ambos de la prolífica dupla Rodolfo Santullo-Matías Bergara), y a una larga lista que llega hasta hoy. Pertenece, en ese sentido, a una forma menos solemne de contar o hablar de la historia, pero que, en buena parte, ya no es novedad en sí misma y tiene que ganarse su lugar en lo específico de su apuesta. Y, probablemente, Prócer Zombie lo logra. Hay algo contradictorio pero satisfactorio al escribir esta nota y ya no asombrarse de la premisa: Artigas revive en nuestros días como un no muerto y se encuentra con su figura canonizada y la confusión de no reconocerse en esos bustos omnipresentes.

Es interesante pensar que en la saga de Prócer Zombie, que hasta ahora cuenta con dos entregas, se puede intuir un trayecto respecto del encare del material histórico. En el Tomo I, además de un Rivera héroe segundón al gran Artigas y con la peor prensa de la historia, los Silva optan por un villano secundario no tan conocido como Francisco Pancho Ramírez (gobernador cordobés y traidor a la causa artiguista, uno de los principales artífices de la derrota del prócer en 1820, que llevaría luego a su exilio en Paraguay). Los villanos claramente son adoptados de la historia jugando con los estereotipos y aportando los medios —violentos— del futuro para las viejas riñas. Se agrega un fiel, petiso y no muy brillante Lavalleja —con sus 32 Orientales—, y Ansina, con una limitada participación, a quien volveré luego al hablar del Tomo II. También está el dialogar con la leyenda negra de Artigas, que ya se ha hecho parte de la historia popular: encontramos una versión caricaturesca —y tal vez menos extrema— en la que las grandes virtudes del prócer son malinterpretaciones de rasgos poco nobles pero presentados algo inocentemente. Es en esta segunda vida en que, ante su figura entronizada en el panteón patrio, Artigas decidirá redimir su pasado y encarnar esos valores que se le atribuyen. La estatua hace al hombre.

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—¿Por qué lo odian tanto estos ñeris, señor Prócer? —Eran otros tiempos, ya te dije que no fui bueno. Ellos tampoco.

En el Tomo II, en cambio, nuestro héroe se enfrentará a Mikael Landowski, una reencarnación de Napoleón Bonaparte. Más allá de esta decisión de ir por algo sumamente manido como es la figura de Napoleón —aunque hay un cuidado de no caer en los lugares comunes, como las referencias a su altura—, resulta interesante cruzar personajes que fueron contemporáneos y preguntarse por un potencial vínculo (que al menos uno de ellos reconoce). Sin embargo, algo de villano de caricatura (o de cómic) queda fijado en una oposición entre el bien y el mal: una derecha progre (de claros ecos macristas y de Lacalle Pou, o incluso Novick), con un slogan que puede dar ganas de votar a algunos: “Mikael: algo en que creer”. Completa el cuadro la alianza de Mikael con un grupo de fanáticos “fieles al verdadero José Gervasio Artigas”.

Esta perspectiva es contrapuesta al bando del prócer, de los desarrapados, marginales que encuentran la redención en la cercanía con esa figura no del todo adaptada —entre estos compañeros merecen mención especial el plancha reconvertido Escoria y la “trabajadora nocturna” Solange, que ya habían brillado en el Tomo I—. La víctima colateral de esta nueva dualidad es una izquierda formal (como partido), derrotada sin pena ni gloria, un agotamiento político que muchos probablemente compartan.

La enajenación del prócer, amenazado y malentendido después de su regreso a la vida, motiva a que se refugie lejos de la mirada pública, lo que es clásico en las historias de superhéroes, pero también es lo que le pasó al “verdadero Artigas”. El telón de fondo al enfrentamiento de Mikael versus el prócer es formado por viñetas de redes sociales, intercambios violentos y encarnizados, en contra o a favor de este supuesto Artigas, entre ocurrentes y cotidianos, que atraviesan, con cierta intermitencia, todo el libro (lo cual puede dificultar la lectura por el diminuto tamaño de la letra). Es un recurso que se agradece en tanto devuelve complejidad a un mundo que de otra forma podría caer demasiado en el molde de buenos contra malos. Rivera, que tiene su regreso como némesis, también adquiere otro relieve con referencias a su papel en el exterminio de los charrúas y una mención bastante movilizadora a su sobrino Bernabé1.

El tratamiento de la figura de Ansina requeriría su propio apartado, con el pasaje de una sugerencia de lo longevo-legendario en el Tomo I —aunque todavía afectado por la muletilla de cebar mate al prócer2—, a su propia “historia de origen”, que incluye el cruento periplo desde África hasta Uruguay, su huida de la esclavitud y una secuencia de entrenamiento con un maestro brasileño que puede recordar en su estilo de combate al Dhalsim del juego Street Fighter, aunque sin la elongación de las extremidades (o así lo sueña quien escribe). La combinación de estos elementos permite llegar a una representación “fiel” a la época, pero que al mismo tiempo sostiene el tono de superhéroes y da una carga épica a ese momento, de los mejores de la historia (aparte de que todos queremos saber cómo se conocieron Artigas y su gran amigo).

El dibujo de Prócer Zombie transmite una sensación de desamparo y carencia, al optar por una paleta de colores mínima, de alto contraste entre blanco, negro y precisas intervenciones en rojo-escarlata y muchos grises. Como parte de una evolución medida, en la segunda entrega se dispara el uso del rojo y se agrega un azul claro que potencia los contrastes. También esos colores se vuelven simbólicos al compartirse entre los logos de campaña de Mika y el federalismo del prócer, o al recurrirse a ellos entre las ropas de los personajes o los fondos, logrando una gran vividez. Por supuesto, Artigas nunca es el de Blanes en sus propios recuerdos (predomina la barba desprolija y el sombrero que le oscurece la cara, bastante facinerosa). Sin embargo, una secuencia que recorre la construcción histórica de su figura nos regala una gama de Artigas que incluye a un Artigas-Perón, como lo llama Fernando Andacht3 en el encendido prólogo del Tomo II (o a un Superman de capa roja sobre los hombros).

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Entre referencias pop, chistes internos de cierto ambiente joven y una dosis gratificante de acción que no se olvida —ese es un Artigas que se hace querer—, los aportes más interesantes de Prócer Zombie acerca de nuestra historia vienen de hechos conocidos pero tal vez no tan apropiados. Por ejemplo, recordarnos que la Batalla de las Piedras (primera victoria del ejército patriota y feriado nacional hasta el día de hoy) tal vez fue algo menos épica de lo que el imaginario puede considerar. Asimismo, pensar el efecto que pudieron tener los 30 años que Artigas vivió en Paraguay, y derivar en un gran momento que siempre es tentador spoilear. “Nunca es tarde, y si no miren al prócer, que comenzó una revolución a sus jóvenes 47 años. ¡Buena suerte!”, dice al final del Tomo II. La ironía de esa “juventud” tan uruguaya es parte de la honestidad que la propuesta de los Silva Bros encarna y lleva a comprobar que Artigas (1764) estaba entre los más viejos de los libertadores latinoamericanos cuando se inició la Revolución Hispanoamericana alrededor de 1810-1811 —compárese con Simón Bolívar (1783) o José de San Martín (1778)—.

Estos detalles no son imprescindibles ni obligación de ninguna obra, pero posibilitan ciertas preocupaciones. Abandonar la solemnidad tiene el efecto de dejar ver las cosas que la letra repetida, cincelada, solo oculta. Cuestionar esos estereotipos con los que ya jugaba Fernando Cabrera en sus “Décimas de prueba”, o aun antes El Cuarteto de Nos con “El día que Artigas se emborrachó”.

Prócer Zombie I y II, de Editorial Belerofonte y Estuario (premiado por el Fondo Concursable para la Cultura), puede encontrarse en librerías o por la web de los Silva Bros. En todo caso, queda la sensación de que no hemos visto lo último del prócer, y la patria lo agradeció.

Para saber más: Adelanto Tomo I

Adelanto Tomo II

Booktrailer Tomo II

 

Notas al pie

1 En clara deuda a la novela ¡Bernabé, Bernabé! de Tomás de Mattos.

2 Y se podría discutir si es realmente necesario dejarla atrás.

3 Andacht es autor junto al fotógrafo Martín Atme del libro El padre nuestro Artigas (Estuario), que justamente se dedica a analizar y a “ver como por primera vez al retratado”.

 

La nota recitada por Fede:


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