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  • Jorge Fierro

Esperar la ola, una charla con Juan Carlos Rulfo


—A mí no me gusta que los personajes hablen muy bien.

Repitiendo los pasos del protagonista de Pedro Páramo, Juan Carlos Rulfo se dirigió al llano de Jalisco para preguntar a quien encontrara —camarita en mano— si habían conocido a su padre, un tal Juan Rulfo. Entonces, lo atrapó tanto la forma de hablar de los personajes, que acabó haciendo una película diferente a la que pretendía, otra película.

Así realizó Del olvido al no me acuerdo, su ópera prima, galardonada con cuatro premios Ariel, y toda una concepción estética del quehacer documental: la prioridad en los personajes, el interés por su lenguaje, su “slang”, el saber qué se va a buscar, pero también cómo reconfigurarse según lo que uno encuentra.

—Mi padre decía una cosa que me está moviendo mucho el tapete ahorita, y es que hay que escribir sin un sistema, escribir, soltar y tratar de ver hacia dónde te llevan las cosas. Eso me encanta, porque parecería que tienes que tener una idea clara desde el principio. Y no es así. El cine es moverse.

Ya había venido a Uruguay en tres oportunidades, por trabajo, a entrevistar a Galeano hablando de su padre, y a coordinar el taller de guion en otra edición del Atlantidoc, como ahora. Estamos en diciembre de 2017, finalizando el año Rulfo, centenario del autor de Pedro Páramo y El llano en llamas.

—Uruguay tiene esta cosa de los desgastes, de las banquetas rotas... como que todo se detuvo en su momento. Todo está roto y eso es bonito, no es crítica. En los países desarrollados todo es tan perfecto que les quita personalidad. En muchos lugares del mundo ya todo es muy moderno.

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Entre las notas que saqué durante el taller hay dos que están subrayadas: “Hacer cine es terapéutico” y “La mayor actividad del documentalista es esperar a que venga la ola”.

El tiempo apremia y la entrevista comienza caminando, se desarrolla en un restaurante, y acaba de nuevo al galope, rumbo a la proyección en la Casa de la Cultura de Atlántida.

Ya sentados, le doy un ejemplar de Brecha en el que se publicó una nota de Pablo Rocca sobre la relación de Rulfo con Uruguay. Nos atiende un mozo cubano y Juan Carlos pide un capuccino y un flan con dulce de leche.

—¿En México hay flan?

—Sí, pero nunca había comido con crema.

Cuando uno ve una película de Juan Carlos Rulfo se encuentra con muchos personajes dispuestos a hablar, a contar y contar, sin vergüenza, quizás porque ya saben que la película no se va a reír de ellos.

—La estructura es importante. Tener claro el personaje y tener elementos contundentes, también. Un proceso en el que algo le va a pasar a tu personaje, temas que le den riqueza. Eso es básico. Pero también es importante algo más allá de eso, que es inherente a la vida y es vivir, seguir viviendo. El cine te permite seguir viviendo. No tienes que dejar de vivir para hacer tu profesión. Hacer cine es seguir platicando con alguien. Tienes relaciones humanas con tu equipo o con el personaje que tienes enfrente, del que tienes que volverte amigo. El personaje es tu amigo antes que otra cosa, antes incluso de que sea un personaje. Tienes que llegar a tener un vínculo tal que se abra y te permita entrar en su vida, pues finalmente vas a vivir tú de su vida. Entonces es un poco cínico, egoísta y muy hipócrita querer hacer una película de un personaje y que a fuerza te tenga que dar todo lo que sabe. A mí me importa mucho eso, tener amigos, pasármela bien, y ahí es cuando ya no importa dónde pones la cámara.

Por eso hace sus películas con equipos reducidos, y maneja él la cámara con un sonidista al lado. “Es muy importante que la gente vea que la ves cuando estás platicando con ella, que la tomes en cuenta”. Incluso, consultado por sus referentes cinematográficos, sí, menciona a Tarkovsky y su Stalker, a Werner Herzog y su Aguirre y la ira de dios, a Juan Paco Rusti, profesor en el CCC (Centro de Capacitación Cinematográfica, en México), pero vuelve a los personajes. Ellos son los maestros, dice. “Los recuerdo toda la vida y me cuesta muchísimo trabajo encontrar personajes que sustituyan a los anteriores”.

“Hacer cine es terapéutico” y “La mayor actividad del documentalista es esperar a que venga la ola”

Un ejemplo involuntario aparece cuando le pregunto por su madre, ya que enseguida me habla de su padre, a quien recuerda como un hombre tranquilo, durmiendo la siesta, yendo a trabajar y volviendo con dinero para hacer las compras. Pero ese recuerdo es una parte no representativa del todo, una parte tardía de la historia. Sus hermanos mayores vivieron la época creativa de Juan Rulfo, cuando escribía, cuando pasaba mucho tiempo afuera, cuando tenían serios problemas económicos. “Mi familia es una familia un poco rota”, dice, “siempre estuvimos juntos pero se nota que hay dos generaciones que vivieron dos momentos muy distintos”. Así es como su más reciente realización tiene también su carácter terapéutico:

—Estoy rompiendo ese pudor que hubo, porque mis hermanos no querían hablar y tocar ciertos temas. Y yo intuía que algo había pasado y todo el tiempo lo callé. Y ahorita ha sido interesante poder abrir esa puerta que siempre estuvo allí y ver qué había, conocer. Y que ellos se sintieran con la posibilidad de hablarme. Por eso es que mi madre no ha estado, porque tocarla implicaba tocar todo eso.

Su ultimo trabajo, Cien años con Juan Rulfo, la serie de siete capítulos1 en la que logró organizar el trabajo completo de Rulfo —el literario, el fotográfico y el social—, le permitió meterse más con la madre. Concluir algo familiar, además de “dejar en paz al jefe, a mi padre”. Es que la madre siempre estuvo ahí, como personaje ausente, atrás, “coucheando y cuidando de que no se desparramara este señor”. A ella está dedicado El llano en llamas, y en el capítulo de la serie que habla del libro se citan las cartas de amor que le escribió Rulfo.

—Una vez un maestro me dijo “esperate un santito... falta tu madre. Allí estás resolviendo el asunto de tu padre como padre ausente y madre presente. Te faltaría hacer algo de tu madre”. Y tiene razón. Pasa mucho que cuando siempre está ahí, estable, pues tal vez ya no la mencionas tanto. Uno habla de las ausencias, de lo que ya no está, de lo que uno tiene que resolver. Y mi madre cuando está ahí siempre se está peleando, diciendo que no la grabe. Pero no cuesta nada de trabajo hacer que hable, aunque me tiene un poco de pánico. Cada cosa que decía fue usada en su contra.

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En el hoyo es su segundo largometraje, en el que se introduce en el trabajo de varios obreros que están haciendo una autopista inmensa en el DF. Obtuvo el premio al mejor documental en Sundance, y tuve la suerte de verlo en un festival de cine de Cinemateca, en una Sala Pocitos repleta. Varias de las preguntas que Rulfo les hace a sus personajes, se las hago a él.

—¿Creés en Dios?

—No, no me hace falta. No es que sea ateo. Soy devoto de la gente, creo en el mundo, en la naturaleza y tengo fe en eso. Creo en mi madre, en mi familia, en mi mujer y en mis hijos. Mi padre decía una cosa que es una actitud completamente budista, que no necesita el sello, ya existía antes del budismo y de cualquier religión: tú para poder llegar a un lugar y tener éxito en ese viaje tienes que tener el conocimiento absoluto de cómo funcionas. Es decir, la mejor actitud de un alpinista o un caminante que quiere subir una montaña... tú no vas a poder subir si no sabes cómo está tu cuerpo. No vas a poder hacer una película o escribir un cuento si no sabes bien cómo estás. No hay como saber dialogar con tu cuerpo, cuándo parar y cuándo continuar, cuándo tomar aliento y cuándo mirar. Todo el tiempo es un diálogo continuo contigo, y tiene mucho que ver con la meditación. Estás respirando y estás viendo el aire, estás viendo las piedras, estás pensando en tu cuerpo, no estás pensando en nada y no estás pensando en nadie.

—¿Meditás?

—Prefiero hacer otras cosas. Ando mucho en bici, camino mucho. Me gusta mirar por la ventana. Ese trabajo de estar con uno.

—¿Qué es el amor para vos?

—Cuando existe el amor es el motor más poderoso. Te puede llevar a creer que lo imposible es posible. Y no lo digo por una mujer en particular, sino por un hijo o una película o un personaje o una historia. Si no estás enamorado de esa historia o de ese personaje, no eres capaz de nada. Ahora, cuando lo sientes, lo crees. Cuando en la historia alguien estaba enamorado de su dios, pues creaba pirámides. El hombre es capaz de crear las cosas más fascinantes del mundo por esa fe y ese amor. Es un sentimiento poderosísimo, el más poderoso.

Foto: Libertad S. Galli Lillo

***

Hablamos de México y hablamos de injusticia e impunidad, de la naturalización de la violencia, de vivir como si nada sucediera aunque “allá atrás de esa casa están degollando a alguien”, de cómo matan a las mujeres, de cómo los niños quieren ser narcos, porque el futuro es incierto, de los muertos y desaparecidos que superan a los de la guerra de Irak.

—Acá hay una violencia que de repente ocurre. Hay más de 200.000 desaparecidos, no sé cuántos fueron acá en la dictadura.

—En Uruguay 300.

—¿300.000?

—No, 300, punto.

Pero estas injusticias no le impiden valorar el pluriculturalismo mexicano, la riqueza de un mundo indígena sólido que le hace hablar de un país fantástico, lleno de personajes comunes y fantásticos.

***

—Me está empezando a ocurrir la necesidad de escribir, algo que he estado viendo que pasa en las memorias de la gente en general. He estado leyendo muchos diarios de escritores, de todas estas elucubraciones que hacen sobre sus padres y cómo las memorias de lo que ocurrió tienen peso. Y eso quiere decir que ya te ocurrió algo, que se encapsuló y existe. Pregúntale a un adolescente si tiene un primer recuerdo, y te dice de qué me estás hablando. No tiene muy claro los procesos. Es curioso. En cambio, mientras más grande es la gente, tiene encapsuladas épocas, con sabores, sonidos, formas. Por algo las memorias de todos estos sabios que escriben, lo hacen ahí en ese momento.

Y en este momento, su mirada, su cámara, deja de apuntar hacia sus padres y se posa en su hija, de 11 años. Ella le dice: “Allá arriba estábamos trabajando para construir un sueño”. Porque la historia se mete con los recuerdos de una niña, de su vida actual, y de un tiempo anterior, de cuando no había bajado al mundo.

—Esa es mi nueva película, ella es la narradora, y va contando todo lo que está viviendo en el mundo ya que bajó, todo lo que hace, pero como una persona que se desligó de aquella que estaba allá arriba, y al final del cuento esa persona que está acá abajo un día volverá a subir, como el ciclo de la vida.

 

1 Los episodios tratan los siguientes temas: El llano en llamas, Pedro Páramo, las fotos, el cine, el trabajo antropológico, el mito del escritor que nunca más volvió a escribir y “lo que piensan las gentes del exterior”.

 

La nota recitada por Jorgito:


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