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  • Gera Ferreira

Trabajar el recuerdo con plenitud


La verdad es que llegué bastante tarde a ver esta película, pero valió la pena. El Molino Quemado es un documental que, en parte, repasa la misteriosa historia en torno a las ruinas de un edificio construido en la segunda mitad del siglo xix (1876) y que echó raíces en la Colonia Suiza de Nueva Helvecia, un lugar al que la palabra “especial” le calza a la perfección. El molino fue declarado Monumento Histórico Nacional por su importancia en cuanto al desarrollo comercial de la zona y, a la vez, de la región, hasta que, bueno, una mañana el mundo quiso amanecer como siempre —listo para aprontar el mate—, pero el molino no quiso saber de nada. Apareció incendiado. Corría el año 1881. Como testigo ocular de los hechos hoy solo nos queda el arroyo Rosario, pero, lamentablemente (o por fortuna), ha permanecido mudo, así que la posteridad tuvo que conformarse con versiones dispares, conjeturas y leyendas sobre lo que en verdad ocurrió. Y ahí es donde esa otra historia da comienzo, la más rica, la de las personas.

Cuando digo que llegué tarde no es porque sea algo de hace dos o tres semanas, sino porque el documental fue estrenado en julio, a sala repleta en el Cine Helvético de Nueva Helvecia, y traído al mes siguiente al Auditorio Nelly Goitiño de Montevideo. O sea, me fui de mambo con el delay, porque la cinta ya pasó por las páginas de prensa con buenos elogios, ya se exhibió en algunas salas y además se proyectó en el Detour: Festival de cine nuevo, para luego bajar hasta nuevo aviso. Así que no les puedo decir que la vean, o porque ya la deben haber visto o porque van a tener que esperar a que emerja nuevamente. Lo que sí les puedo decir es que Martín Chamorro, Micaela Domínguez Prost y Cecilia Langwagen, en triple función de guionistas/directores y productores (así como el resto del equipo técnico), dejaron el alma en la cancha, ya que al no contar con fondos institucionales para realizar el documental, tuvieron que manejarse con los propios. Lo que se dice “a pulmón”, esa pilcha que tan bien le queda al sujeto rioplatense, y en especial al uruguayo, cuando encuentra la oportunidad de trabajar en algo que lo apasiona.

Spoilear un documental de este estilo es diferente a spoilear una cinta de otro género. Es más difícil, pienso, por la noción misma de estructura narrativa y porque aunque tengamos todos los elementos sobre la mesa, el puzle se puede armar de muchísimas maneras. El marco histórico lo podés googlear sin mayores problemas y es fácil enterarse de las dos o tres hipótesis que han pasado de generación en generación sobre las causas del incendio: 1) un crimen pasional que termina en tragedia; 2) la posibilidad de cobrar el seguro de un negocio que no andaba tan bien; 3) el enojo de una turba de ciudadanos que reaccionan frente a la fiscalización de un peaje zonal. Algunos estudios ahondan en aspectos más locales con relación a la “vida” en torno al molino. Están a la mano de quien quiera profundizar, por ejemplo, los trabajos del profesor Omar Moreira: Crónicas del Rosario: Molino Quemado (1982) y Molino Quemado (2015). De hecho, Moreira es uno de los entrevistados de lujo del documental y se posiciona —si me apuran— como el principal motor afectivo de la historia, una especie de narrador-guía-amigo de los espectadores, cuya calidez te invita a sentarte al lado para escuchar y creer en todo lo que dice, aunque, por el contrario, él te pida que lo sometas a juicio. Hace poco me enteré (debido a un sentido comentario en las redes sociales por parte de los realizadores) que había fallecido y eso es una pena.

Yendo más atrás, la primera pista ficcional se rastrea en la novela de Antonio Soto (periodista y narrador español cuyo pseudónimo era Boy), que no pudo resistir la tentación de titularla El Molino Quemado (1920, Editorial Barreiro y Ramos). El hotel donde se alojó el autor aún se conserva y es parte del recorrido turístico en la locación. Para los más esotéricos, también hay pan, puesto que al Molino Quemado se le dedicó una entrega del programa Voces anónimas, conducido por Guillermo Lockhart, obviamente focalizado desde un punto de vista paranormal y fantasmagórico sobre los hechos ocurridos.

Es claro que no es un tema nuevo, lo que sí es nuevo es el lugar donde se posa el ojo, el oído y la curiosidad de los realizadores, que prefieren dejar en segundo plano o en paralelo los insumos que acabo de enumerar con respecto al tema histórico para concentrarse en la realidad inmediata de una ciudad detenida en el tiempo y cuyas costumbres han sido heredadas de antepasados europeos pero que son aplicadas anacrónicamente en el ambiente criollo.

Nos vamos enterando de las peculiaridades de Colonia Suiza por medio de los entrevistados, que analizan —cada uno a su manera— el presente y el pasado de la ciudad, tomando como eje la historia y los eventos misteriosos del Molino Quemado. Uno de los aspectos positivos de ese paneo testimonial es la pluralidad de voces que se registran desde el punto de vista etario y el contrapunto de algunos que “cuestionan” de manera amigable, y hasta divertida, las costumbres, las fiestas típicas y otros avatares de la vida cotidiana en la ciudad.

No sé si por el apellido europeo o qué, pero cuando empecé a escuchar a los lugareños entrevistados, en particular a Edgard Deubelbeiss, enseguida se me vino a la mente la figura de Emir Rodríguez Monegal. No sé bien por qué, y tal vez sea gracioso, pero creo que viene a cuento: en 1949 Monegal viajó a Misiones para tomar notas sobre un proyecto de artículo que mucho más tarde publicó bajo el nombre Con los desterrados de Horacio Quiroga. Reportaje a sus personajes (1956). La idea, para nada inocente, era conocer y registrar lo que quedaba de aquellos prohombres (Van-Houten y Juan Brown) que aún vivían en su hábitat natural. Pero la realidad fue muy dura. Monegal se encontró con el pasado, con sus ruinas humanas y con un mundo ya liquidado. La dócil réplica de las narraciones de Quiroga se había desvanecido y solo quedaban, desfigurados, los vestigios que alguna vez habían inspirado al maestro de la selva para crear a los personajes de aquel libro fundamental de 1926. Y no hubo remedio contra eso.

En El Molino Quemado ocurre todo lo contrario, obviamente salvando las distancias. La presencia del pasado se encuentra tan presente que se transforma en un discurso oficial. Un discurso ensimismado que se actualiza y retroalimenta con cierto orgullo, y justamente eso es lo que aún hoy lo llena de vigencia y utilidad. Ya no hay misterios en torno al Molino Quemado y todos lo saben; ya nadie cree en las leyendas, pero estas se repiten con inusitada fascinación y puntuales enmiendas. El gran mérito del lente en este documental está en captar con notable paciencia las pupilas de estos personajes en el momento exacto en el que se evocan a sí mismos como parte de la historia (la propia, la de la ciudad, la del mito), el momento exacto en el que interpretan ese mágico rol. Cecilia Langwagen soltó en una entrevista ese tipo de frases que parecen obvias, pero que no lo son, y que vale la pena citar de vez en cuando: “El cine, una vez que está hecho, está vivo”. Y luego de ver El Molino Quemado pienso… no, siento que tiene toda la razón.

 

Sobre El Molino Quemado (Uruguay, 2017)

Guion, dirección y producción: Martín Chamorro, Micaela Domínguez Prost y Cecilia Langwagen.

Edición: Cecilia Langwagen.

Fotografía: Joaquin Papich.

Sonido directo y posproducción de sonido: Agustín Chappe.

Posproducción de imagen: Martín Chamorro.

Duración: 77 minutos.

Todas las fotos que acompañan la nota son de Cecilia Langwagen.

 

La nota recitada por Gera:


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