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  • Gera Ferreira

Lo que el agua se llevó


“En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]”, decía Heráclito. Porque todo fluye, todo está en continuo movimiento y a la vez quieto. El agua dura en los espejos, el agua blanda de los sueños, son guiadas por un elemento fijo: la vida, ese extraño bautismo. El agua se convierte en mar cuando es necesario, el mar de la consciencia, oculto y diverso; el pasado líquido de un nacimiento. Y junto a él va la memoria, ese otro líquido que viene nadando solito hasta la orilla a traerte un recuerdo en algún verano. Luego aparecen las imágenes y las palabras para contar. Entrar y salir del mar, entonces, es dialogar con uno mismo para ver al que ya no está, para reconocer el que se es y dar ánimo al que avanza, al que se va construyendo y deconstruyendo, siempre a destiempo, sumergido en el presente, disuelto en pequeños episodios más o menos ciertos, más o menos olvidables, pero únicos.

Más allá / más acá Las olas, el tercer largometraje de Adrián Biniez (Argentina, 1974) que acaba de estrenarse, trata sobre los cambios y etapas que se dejan atrás. Pero también sobre la (im)posibilidad de revisar nuestras acciones mientras ocurre el proceso, de revisitarlas mientras crecemos para aprender o entender qué fue lo que pasó: ¿cómo llegué hasta acá?, ¿pude haberlo hecho de una manera distinta? No se trata de un volver atrás para cambiar el pasado como parte de un inconformismo actual, sino de una operación reflexiva que busca comprender mejor el presente. Accedemos a estas historias siempre desde los ojos de Alfonso (Tort), inquieto protagonista de la cinta, curioso bañista, que viaja a través de sus edades en una especie de máquina del tiempo instalada en sus shorts, cuyas variantes en el diseño nos marcan el cambio de época en la narración. Una narración que sin ninguna duda podría tildarse de fantástica por el tipo de recurso que utiliza.

Lo poco que les puedo adelantar sin mandarme un spoiler es que creo que la película apuesta a una especie de sencillismo estético que se desprende de todo lo accesorio. Casi que no hay urbanismo o ciudad, no hay interacciones de relleno o diálogos en balde, no hay voluntad de mostrar cosas que no sean parte de la fragmentaria e imprecisa reconstrucción de un recuerdo en la vida de Alfonso. Y en ese sentido es que la historia se fortalece al encarar sin preámbulos el plano introspectivo en el accionar del personaje principal. Alfonso habla poco, mira mucho, corre y se deja llevar, llega siempre en el momento justo, lo examina con goce, sabe perfectamente cuándo volver al mar. Son medidas sus intervenciones y esa tranquilidad se palpa, se escucha, se deja atesorar. El carácter contemplativo del personaje permite al espectador instalarse en una mirada similar a la que él asume, ya sea en la infancia o en la adolescencia, como un vistazo “desde afuera” y metaficcional. Hay preguntas que se vuelven implícitas sin formularse, hay recortes en su vivencia que casi con seguridad te pueden interpelar. La playa, el balneario, la costa, la casita de afuera, el camping, conforman una serie de escenarios íntimos donde cada episodio respira por sí solo (el de los padres, el de los amigos, el de las novias de la adolescencia, el del amor adulto) y en ellos se naturalizan los conversaciones, sin apuro, sin la necesidad de agregarles un principio o un fin o de alterar el ritmo mediante el cual el misterio de a poco se va transformando en otra cosa.

Ascendentes discursivos La historia de Biniez, director de Gigante (2009) y El 5 de Talleres (2014), también se apoya en referentes literarios clásicos de la ciencia ficción, del relato decimonónico marítimo y de la novela de aventuras. La presencia de Verne, Wyss, Salgari y London no es para nada casual y se patentiza en el título de los episodios a modo de llaves de lectura. No son guiños, son decisiones plenas con voluntad de suscribir a determinados paisajes escriturales; de ahí que cada “inscripción” de autor se encargue de presentar una edad de Alfonso o representar una etapa puntual, encausando un sistema de relaciones humanas que para un lector furibundo de estas obras excede la matriz cinematográfica y puede ser aun más rico de interpretar desde lo literario. De este modo, las placas nos envían a La familia Robinson (1812), novela de Johann David Wyss; Los tigres de la Malasia (1900), de Emilio Salgari; El llamado de la selva (1903), de Jack London; La vuelta al mundo en ochenta días (1872), de Julio Verne, y otros...

Hay una escena al promediar la cinta que, para mí, abre todavía más las posibilidades de lectura. Se trata de un Alfonso adolescente que comparte el ocio de las vacaciones en la playa con sus amigos varones. Mientras dos de ellos duermen al rayo del sol, un tercero queda despierto para conversar luego de haber vomitado. El pasado se vuelve futuro (acaso la única vez que sucede) y una especie de prolepsis oracular tiene lugar. El personaje de Alfonso le entrega un mensaje a modo de visión, ya que el amigo, más lúcido que todos, le consulta por su devenir, rompiendo con la lógica de la narración. Con un palo de madera, cual si fuera un cetro de anciano sabio, Alfonso contesta sus preguntas. No puedo decirles cuáles son ni qué propósito tienen. Solo sé que en esa escena el mar trajo algo diferente a los pies del amigo. A veces viene como aguaviva recostada en la arena, agonizando; otras adopta la forma de un bolsa sucia cargada de acontecer. La cuestión es que cuando menos los esperes, el mar también puede ponerte a prueba, y ante las puertas del destino, para mal o para bien, siempre es mejor encontrar la mano estirada de alguien a quien querés.

Las olas (Uruguay-Argentina, 2017) 88 minutos Guion y dirección: Adrián Biniez. Género: Drama. Protagonistas: Alfonso Tort y Fabiana Charlo. Productora: Mutante Cine y Campo Cine. Fotografía: Nicolás Soto Díaz.

 

La nota recitada por Gera:


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