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Tomar alcohol en Irán

Joaquín Di Lorenzi



Diez días en Teherán habían sido suficientes. Quería ver el resto de Irán. Le pregunté a Majid, el iraní con el que me quedaba, a dónde podía ir después y me recomendó Rasht, un pueblo en el norte, a unas tres horas de Teherán. Abrí el VPN para ocultar la IP de mi celular. En Irán algunas apps están bloqueadas por el gobierno, pero igual todo el mundo las usa. Recién después abrí Couchsurfing. Puse Rasht. Le mandé un mensaje al primer anfitrión que apareció, Meisam.



Si uno mira el mapa satelital de Irán, ve que es todo desierto menos el norte. La única parte fértil está a lo ancho de la frontera norte -con Armenia y Azerbaiyán al oeste, el mar Caspio al centro y Turkmenistán al este-, como una franja verde que desentona con el resto. El camino a Rasht iba a implicar pasar del campo árido y color camello al verde mate del norte, los cerros plagados de olivos, uno de los principales manjares.


Meisam me aceptó enseguida. No hay muchos turistas en Irán, menos en pleno invierno y menos de Uruguay, y algunos anfitriones buscan “tachar” a Uruguay de su lista. Al día siguiente, fui a la estación de buses, cerca de la torre Azadi. Esa torre podría ser como la de París, pensé, pero con la contaminación de Teherán, solo se la puede ver desde unas cuadras. En el bus me acomodaron en el asiento como si fuera un rey, pero me cobraron el pasaje más caro de lo que yo sabía que salía. Todo en Irán es más caro para los turistas, aunque como su plata vale tan poco, a veces solo te están ganando 20 o 50 pesos. Me quejé igual, no me gustaba la actitud. Grité un poco en inglés y otro poco, cuando vi que no iba a tener suerte, en español, y me acordé de toda la familia del iraní que me seguía intentando hacer creer que no me había cobrado de más. Quedé quemado, no era la primera vez que me cobraban más solo por ser extranjero. A un pibe iraní que estaba sentado cerca se le ocurrió sentarse al lado mío, explicarme que era muy común que les cobraran más a los turistas y atomizarme todo el viaje mostrándome fotos de su familia y de él tomando vino casero. En Irán el alcohol es ilegal, me explicó en un inglés menos que básico. Yo me ponía los auriculares y él seguía intentando preguntarme cosas.



Paramos en un parador en la ruta. El pibe me dijo que fuera con él y me ayudó a comprar algo para comer, devolviéndome el cambio justo, como para mostrarme que hay iraníes honestos. Agradecí el gesto y a cambio le saqué una foto con el parador de fondo y le saqué charla el resto del viaje mientras miraba cómo el paisaje se ponía cada vez más verde y húmedo.



Llegué a lo de Meisam a la noche, luego de tomar un taxi que me cobró más de lo que debía cobrarme. Meisam me recibió en su casa y me dio un cuarto para mí solo. Él estaba con un amigo tomando una bebida transparente. Araq, dijo, una especie de vodka casero que él mismo destilaba a partir de pasas de uva. Me dio a probar. Era dulzón. El amigo lo mezclaba con malta, porque en Irán no hay cerveza, y así sentían que tomaban cerveza. Probé la mezcla. No sabía a cerveza, pero no sabía mal. Me enseñaron malas palabras. Gaidamet means fuck you. Y se reían. Kalekirri means dickhead, cabeza de pija, literalmente. Koskesh, dijo Meisam, y me explicaron que significaba algo así como fiolo, pero que solo se usa para hombres solteros y que es muy, muy agresivo.




Edurne Azkenean




Para festejar mi llegada, Meisam me invitó a un café, en donde servían, ilegalmente, alcohol. Conseguirlo es muy difícil. Como no hay alcohol, no hay bares, entonces la gente consume adentro, en sus casas, alcohol casero que ellos mismos producen o que se contrabandea desde Iraq. Le pregunto a Meisam que pasa si me agarran a mí con alcohol. A vos no te pasa nada, dice, porque sos extranjero. A mí me pueden mandar preso o darme pena de muerte. Pero nadie controla eso, no te preocupes.



El amigo se fue y nosotros nos subimos a la camioneta de Meisam y salimos. Era noche cerrada ya y el café estaba en las afueras del pueblo. La perla persa, decía, según Meisam, un cartel de neón rojo en la entrada del lugar. Meisam conocía a todos los hombres que estaban ahí y me presentó diciendo que era un amigo de Uruguay. El café era chiquito y había una mesa general en torno a la cual todos estábamos sentados. Él pidió Araq y lo trajeron en una jarra de plástico, sirvieron los vasos y se la llevaron. Pedimos comida y Meisam se enzarzó en una charla con cuatro tipos gigantes de la cual yo no entendía una palabra. Los tipos tenían los brazos anchos y marcados, las remeras pegadas a punto de explotar, las orejas deformadas por la colección de golpes que atesoraban. Meisam me explicó que esos tipos eran luchadores, que la lucha es el deporte nacional de Irán y que, después de recibir tantas piñas, el cartílago de la oreja se les rompe, el tejido se muere y se pliega sobre sí mismo.



Trajeron más Araq. Por los gestos que hicieron los luchadores, entendí que le pedían al dueño del café que dejara la jarra en la mesa. Todos estaban muy borrachos y acababan de terminarse ellos solos una bandeja llena de comida que podía alcanzar tranquilamente para todo el café. Uno de los luchadores me miraba raro. Le habló a Meisam, que me empezó a traducir:



-Dice que apostó mucha plata hace unos años. Por Uruguay. Que apostó que Uruguay le ganaba a Jordania en el fútbol y que a Uruguay se le ocurrió empatar. Eso es lo único que sabe de Uruguay y los odia.



Meisam lo decía riéndose, pero el luchador me miraba serio. Uruguay shit! Dijo, y después se empezó a reír y me relajé. Me lo imaginé en el momento del pitido final, poniendo sobre Uruguay una maldición persa, dejando algún agujero en la pared de su casa, tirando algo contra la tele. Siguieron hablando y tomando, sirviéndome en mi vaso, hasta que la jarra se acabó. Pidieron más. No había más. En Irán el alcohol no es infinito.



Los saludamos y nos fuimos. El que había apostado por Uruguay me abrazó y casi me parte al medio. Se reía. Nos subimos a la camioneta de Meisam. Él tambaleaba ¿Podés manejar así?, le dije. Lo hago todos los días, dijo él. Y enfilamos hacia el centro de Rasht, iluminados únicamente por las letras árabes de neón rojo o verde que parecían flotar a los costados de la ruta.





 



La nota recitada por Joaquín:




 


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