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Tokio en pausa

Fefé Fridman







Cuando lo inimaginable se vuelve cotidiano


Nena Rosa: En verdad, me quiero sacar ese nombre. Pero es difícil. Me hace sentir medio pelotuda. Antes, como tenía el pelo rosado, me decían Nena Rosa, y después lo adopté como apodo. Pero ahora es muy difícil cambiarlo, después de que todxs me conocen así.

En principio, hacía libros con ilustraciones porno para colorear; entonces, era la Nena Rosa, pero cuando veían mi trabajo era un shock. Me interesaba ese juego. Ahora que estoy haciendo otras cosas no sé qué hacer con el nombre. Lo quiero ir llevando a mi nombre real.


Hablar con Mariel y escuchar sus curiosidades sobre Japón funcionaron como un volver a despertar de esa inquietud del principio del viaje, ese cosquilleo que se siente cada vez menos con el pasar del tiempo. Cuando lo inimaginable se vuelve cotidiano.



Por supuesto, conocía a Nena Rosa (ネナロサ), su electrificante paleta de colores, sus gifs, sus prints y su exploración, en lo que me atreví a llamar “Shunga Pop”. Mariel es una artista y curadora uruguaya, estudia japonés y le fascina Japón. Apenas nos conocemos pero tenemos mucho en común. Ella, al igual que yo, fantaseaba con viajar a Japón hace mucho tiempo, y lo consiguió durante alrededor de tres meses, aunque el timing no fue el ideal.



Fefé: Tu interés por Japón, y que Nena Rosa sea en katakana [uno de los silabarios de la escritura japonesa, utilizado para escribir palabras extranjeras], ¿cómo surge?

NR: Estudio japonés hace alrededor de cuatro años, me interesa la cultura, que sea tan diferente a lo nuestro; era algo totalmente desconocido para mí. Me atraía mucho, más estéticamente: la mitología, los dragones, el arte del pasado, el juego con los grabados eróticos, también entré por ese lado. Después, fui descubriendo un mundo de cosas.

Japón no me entró por el anime, que es lo que todo el mundo, por lo general, supone: Japón = anime. Sí, miré anime, pero no fue mi principal entrada. Es una cultura muy rica para mí. Cualquier cosa tiene algo que te va a sorprender: la comida, las costumbres, el ritual del té, cualquier cosa es “¡puff!”. Estaba pensando en los templos, cada vez que iba a un templo era una sensación… me daban ganas de llorar.

F: Mirando tu trabajo me encontré con “Shunga pop”, así es como lo llamo. ¿De qué se trata esa exploración del arte erótico tradicional japonés llevado a tu estética?

NR: Esa fue una serie que hice inspirada en grabados y dibujos. Siempre trato de usar el color, me encanta, entonces me limito a una paleta y la voy explorando. Agarro lo tradicional y lo intento transformar en una expresión más personal. Creo que eso se ve reflejado en el color.

Me gusta eso de mezclar las culturas, mezclar imágenes que veo en internet. En internet puedo llegar a cualquier mundo, consumir muchas imágenes y mezclarlas con algo que siento propio. Como el tema del color, o mezclarlo con mi cultura, digamos. Ahí se genera esa fusión. Hay una obra, que es mi retrato con unos gatitos; soy yo interconectada a ese mundo de imágenes de otra cultura que me llega.

Últimamente, estoy pensando: yo hago todo esto desde el estudio de la cultura, del idioma, me interesa realmente conocer esa cultura. Pero después pienso en la apropiación cultural. Siempre estoy cuidando eso: lo que hago, ¿hasta dónde no es una apropiación de una cultura que no tengo ni idea? Por eso el viaje a Japón, el estudio del idioma.

También hay diferentes posturas, algunos dicen que no existe la apropiación, la cultura va mutando y cambiando, no habría una cultura única sin interacción con otras.







Después de haber estado viviendo en Buenos Aires, totalmente sumergida, y a veces hasta ahogada, en arte, mi viaje a Japón se caracteriza por tener al arte como un recuerdo lejano. Pocas veces visité museos o exhibiciones. En cuanto al acto creativo, que ya venía siendo ajeno de por sí, el lockdown apenas me acercó a un cuaderno de bosquejos, casi como un diario íntimo de ideas inconexas.


F: ¿Pudiste crear algo mientras estabas acá?

NR: Yo creo que no, todavía estoy procesando la información. Fue más querer conocer, ver, ir. Pero estaba muy cansada. Estuve trabajando también. Entonces salía y volvía a mi casa… mi “casa”, el hostel.

FF: El hostel, tu casa del momento.

NR: Sí, entonces no tuve mucho tiempo de descansar, estuve todo el tiempo laburando.



Casa es una idea maravillosa, habitar un lugar seguro entre tanta incertidumbre. Casa es un ancla emocional, tan solo referirse a ese lugar como casa es reconfortante, sea donde sea, por el tiempo que sea.



Pasaron diez años de fantasear con mi viaje a Japón antes de que se volviera una realidad y los planes fuesen tomando forma. Supe entonces que se iba a tratar de habitar Tokio, de llevar una vida estacionaria, una rutina, de lograr el mundo cotidiano: el aikido, los amigxs, el trabajo.



F: ¿Cómo fue la idea del viaje a Japón?

NR: Hace años que tenía la idea de ir a Japón, estar tres meses, lo máximo que pudiera. Puse una fecha y me dije “¡Voy para ahí!”. Con base en esa fecha, empecé a buscar festivales, eventos de arte, y encontré Design Festa, un festival muy bueno, masivo, en el que iba a pintar en vivo. Es un evento al que va mucha gente de distintas disciplinas: danza, música, artes gráficas. Me pareció que estaba bueno para ver ese mundo allá.

Pero bueno, no lo pude ver debido a que se suspendió por la pandemia.

Busqué por internet qué había desde el otro lado del mundo, empecé a hacer contacto con artistas de Japón en instagram, algunxs me dieron bola, otros no. Me contacté con galerías, que luego fui a visitar.

También contacté con un grafitero, de Osaka. Fue lo mejor conocerlo, porque nos llevó a lugares que si no tenés ese contacto, no conocés: los barcitos, los butequitos. Él re buena onda porque sabía portugués, entonces hablábamos entre portugués, inglés y japonés. Era todo muy entreverado pero muy latinoamericano.

F: ¿Había estado en Brasil?¿Por qué sabía portugués?

NR: Viajó por Brasil mucho tiempo, y su crew grafitera es brasileña. Tenía ese espíritu brasileño. Fue casualidad encontrarlo. Yo mandaba mensajes a cualquier persona, ¿me gusta lo que hace?, bueno, le voy a escribir a ver qué onda.

Con él pintamos en Osaka en una tienda. El grafiti es ilegal, entonces nos consiguió un lugar para pintar; fuimos a galerías, etcétera.



Habitando, de a poco fui conociendo la ciudad: con un “¡nos encontramos en el perro!” [estatua de bronce dedicada a Hachiko, perro recordado por esperar a su amo en la estación, incluso años después de su muerte, símbolo de fidelidad en Japón], me veo en plena estación de Shibuya; un “¡vamos a tomar algo!”, me encuentro con la cabeza de Godzilla rugiendo, asomada desde lo alto de un edificio.


F: ¿Qué conociste de Japón entonces? Una de tus últimas ilustraciones parece pleno Shinjuku.

NR: Lo es, básicamente.

F: Te llevaste esos lugares también, quizás tenías expectativas de verlos, conocerlos… cómo era esa cosa llena de luces, ruido y gente, que quizás en el momento no había tanta.

NR: Al principio sí, lleno de gente. También el silencio de la ciudad, impactante. Toda la gente y que nadie esté gritando. Esas cosas que para los japoneses son lo cotidiano, para alguien que va desde el otro lado del mundo llaman la atención: no hay basura, nadie le grita al de al lado, nadie se está quejando en el tren. Eso es tremenda experiencia, la gente tan amable.

Me llevo también esas imágenes de todo eso que siempre quise ver, que buscaba en internet, o que veía de Japón: las luces, los pasillitos. Esas cosas me las traje en la memoria, y en fotos.

Por otro lado, todo ese otro Japón que nadie nunca ve, el Japón vacío, el cruce de Shibuya de miles de personas a la vez con diez. Ver la ciudad vacía.

F: Eso es completamente excepcional, no se va a volver a ver así, a menos que pase algo parecido. Generalmente, cruzan por ahí más de un millón de personas por día. Verlo con tres, cuatro, se siente que algo no está bien.

NR: Eso también. Estar en medio de la pandemia y ver desde ese lugar de turista en el otro lado del mundo; fuiste a ver algo y te encontraste con otra cosa que nada que ver.




Nuestro viaje se cruzó con el comienzo y desarrollo de esta nueva normalidad. Poco a poco, Japón se fue dando cuenta de lo rápido que escalaba a nivel local y mundial la gravedad de la situación. Primero, cerraron los grandes parques y museos, luego, y paulatinamente, centros comerciales, bares, restaurantes. Los trenes con apenas pasajeros, pocos seguimos yendo a la oficina, hasta que no fue posible. El estado de cuarentena fue cubriendo nuestros viajes como una gran ola.



F: En Osaka, a principios de marzo, se estaba empezando a tener más cuidado.

NR: Sí, cuando llegué a Kyoto, antes de Osaka, ya estaba todo bastante mal. Fui llegando y los lugares fueron cerrado conmigo. En Kyoto se iba a hacer una feria de arte, la cancelaron; luego en Osaka, quería ir a un acuario, lo cerraron; cada vez que llegaba a un lugar, cerraba.

F: ¡Te cerraban en la cara! Fue todo muy gradual también… Hasta que cancelaron los Juegos Olímpicos.

NR: Nosotrxs nunca habíamos vivido algo así, a nivel mundial; siempre pasa en un país lejano. Cuando estaba por viajar a Japón, estaba el virus en China y me preguntaban “¿vas a ir para ahí?, quedate acá mejor, que no va a pasar nada”. De un momento a otro estaba todo el mundo en la misma situación.

F: Verlo explotar en el mundo fue shockeante: era una ciudad en China, un crucero en Yokohama, y de repente en todo el mundo. Vos lo viviste mudándote de ciudad en ciudad, haciendo tu mismo viaje, pero todo fue cerrando...

NR: Sí, tal cual. No pude ir a ningún museo.

F: ¿Los templos seguían abiertos?

NR: Sí, algunos sí. Pero a la mayoría no se podía entrar. Los jardines también, cerrados. Totalmente inesperado, yo planeando el viaje de mi vida: voy a ir acá, acá y acá, y no, ¡no pudiste hacer nada, querida!



Vivo en una ciudad tranquila a las afueras de Tokio. La llamo Ciudad de la Costa, sin costa (una compara con lo que conoce). Esta ciudad me mostró una nueva definición de silencio, se puede caminar por las callecitas en pleno día y escuchar solamente el graznido de los cuervos, por las noches, nada. Pasar el lockdown acá no significó grandes cambios, más allá de góndolas del súper de barbijos, papel higiénico, y últimamente harina (dado el boom en la pastelería), completamente vacías.




Hoy, Tokio está despertando entre caras fraccionadas y envueltas en papel film. La distancia social nunca fue difícil, con algunas excepciones, como los trenes en horas pico. Al parecer, estamos saliendo del estado de emergencia, aunque la incertidumbre sigue siendo una constante.



El viaje de Mariel terminó hace algunas semanas; sus expectativas completamente opacadas por la pandemia, su obra no. Encuentro en sus últimos trabajos de Japón otro tipo de silencio, un silencio tan palpable que se puede escuchar entre los colores deslumbrantes con los que elige pintar, el silencio inquietante e inesperado de una Tokio en pausa.







 



El texto recitado por Fefé:


 


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