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  • Alejandra Frechero

El ceder de la materia


Una zambullida en la tierra al final del pasillo a la derecha, entrando y al fondo, bajando la escalera al -1, caigo en una catacumba en donde el arte no descansa: vive y lucha. Entre líneas, con sus líneas, sobre pedazos de imágenes que evocan y transforman, nuevos órdenes de información cuelgan de las paredes o permanecen sobre una mesa mientras me guiñan un ojo; los collages de Juan Fielitz me encuentran por vez primera. Todo esto y algunas cosas más (como la hermosa y melancólica poesía de Francisco Trujillo) acontecieron en la Venta Subterránea organizada por Juan Fielitz y Andrés Seoane el 9 y 10 de junio. Lo recaudado se destinará para viajar a la primera edición de Mercado Negro en Santiago de Chile este mes. En esto que se llama Mercado Negro me detengo porque considero sustancial abrir un paréntesis en su existencia como cueva donde fermenta el arte de Juan y muchos otros artistas.

Mercado Negro es un circuito al margen que vuelve al ritual de exhibir, comprar y vender arte fuera del mercado del arte. Idea original de Andrés Seoane, Ale Herbert, Mercedes Xavier, Pablo Pintos y Majo Zubillaga, crece desde 2013 como un espacio de intercambio entre el público y diferentes artistas que apuestan a la difusión y contemplación centrada en el placer de la vivencia. Obras independientes en movimiento se exhiben y venden a muy bajo costo sujetas a las leyes de la economía subterránea que esquiva la carga de lo institucionalizado y se ahorra algún que otro galerista, entre otras moscas. Libre y activa, existe en Montevideo una familia de amigos guardiana del arte, de su arte.

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El gusto por la fantasía fundada en el absurdo. Con la fotografía como materia prima, los ensamblajes de Juan tienen origen en el diseño gráfico y los programas de edición de imagen con los que comenzó a explorar la técnica. Sin embargo, el tiempo y la intuición del artista han destronado a la pantalla de pixel fugaz y repetible para darle la bienvenida a lo físico del papel y las gracias a la obra que se toca, que permanece y que se impone con otro tipo de fuerza, la fuerza de la mano, la fuerza del humano. Porque un componente fundamental que irradian los recortes abstractos de su trabajo es justamente el pulso de las manos vivas que evidencian el error, o mejor dicho, la imperfección. Esa que se expone sutil, pero con voz, voz intrínseca a la obra creada con el cuerpo.

El concepto de materialidad, de lo físico, son claves a la hora de crear y percibir estos collages: la tinta aplastada, la marca de una hoja arrugada, el piquito de papel “mal cortado” que impide a la forma un devenir geométrico son infinitas puertas que se abren por ser materia y no virtualidad. “Lo digital se agota fácilmente, el collage digital muere en el digital,” expresa Juan, mientras sostiene que la manipulación manual del material le da más libertad a la hora de crear porque ofrece más posibilidades, más texturas, más contrastes, en definitiva, más dimensiones a las que acceder. Un mismo recorte en papel tiene dos caras.

Sobre el proceso mental del artista a la hora de ejecutar estas operaciones mágicas, estos recortes y pliegues que expresan su lectura del mundo, Juan trabaja jugando con el error, con la idea de “querer hacer algo bien pero a la vez mal”. Es un proceso flexible que siempre varía, algunas veces recorta para luego encontrar, otras encuentra primero y luego recorta, intentando siempre conservar ciertas propiedades que considera esenciales de una misma imagen para transmitir su mensaje.

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Otro nivel de (re)significación adquieren estos collages cuando advertimos la presencia de material encontrado. El ensayo con materiales que contienen historia y espíritu, recortes con memoria extraídos de viejas revistas, hojas con información se reconfiguran y renacen bajo una visión personal que agrega nuevas capas de vida a la pieza plástica y única.

En cuanto al modo de trabajar y el proceso creativo, se me ocurre hablar de una especie de matemática sensorial basada fundamentalmente en el corte, en la sustracción como operación que en el arte no resta, sino transforma. Juan minimalista persigue la limpieza de información, extrae todo aquello que juzga irrelevante (o relevante) y desemboca por esta vía en una coreografía de sumas y restas en simultáneo que, una vez articuladas en el todo, incitan al receptor a ir para atrás, es decir, a deconstruir el lenguaje en el sentido más derrideano, a analizar las estructuras sedimentadas que forman el elemento discursivo. Los encantos del collage.

Figuras o fragmentos de figuras humanas con ausencia de rostro como un patrón que se repite en reiteradas obras, identidades escondidas que se desvinculan de la necesidad de reconocimiento, ¿manifiestan el concepto intrincado de la identidad en el arte contemporáneo? ¿Representan una identidad en sí misma? ¿En qué anda? ¿En qué andamos? Dar/Percibir - Vivir.

Estos niveles y sus diferentes dimensiones como hilos que tejen una historia portadora de un lenguaje con una coherencia y una narrativa determinada. Juan también está interesado en lo serial, en ahondar en un camino particular como el mejor modo de desarrollar y crecer. Parte de esa narrativa coherente en su arte viene dada, entre otras cosas, por una paleta de colores restringida y muy controlada, opaca, tenue, una paleta con tiempo y con años, una vez más, con espíritu.

Trinchetas como filtros hacen del collage un puzzle que mezcla y crea mundos impregnados de lirismo en los que habita Juan Fielitz. Son el sentir de una materia que no carece de compromiso. Y menos de vida.

 

Para conocer más de Juan Fielitz

Cargo

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La nota recitada por María:


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