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  • José Gabriel Lagos

Libre de género


Me gustó El sereno. Problemas hubo, aunque no tienen tanto que ver con la película como conmigo: soy crítico, pero no de esos (de cine), y fui a verla desprevenido. Me habían invitado al doble estreno, de película y de sala (la Sala B del complejo Nelly Goitiño del SODRE: muy funcional, buenas proporciones) y enfilé en plan novelero y distendido.

Distraído, no conecté la película con los antecedentes de sus responsables, ni con el trailer, ni con las gacetillas que calculo que debo de haber leído. Eso me hubiera llevado a pensar en “terror”, “suspenso” y cosas parecidas que me interesan poco. Libre fui, inusualmente libre de prejuicios, o más bien, con unas coordenadas muy vagas. Iba a ver una uruguaya con Gastón Pauls y su título me hacía acordar a El vigilante, la novela de Henry Trujillo sobre un sereno sórdido. Y punto.

Sin buscarlo, entonces, llegué dispuesto a mirar una película únicamente a través de la película. Será por eso que la vi con la mirada que protagoniza la toma inicial, en la que todo está en foco menos los ojos de Pauls: vidriosos, retraídos, desorientados. El recién llegado (Pauls, el sereno, yo) se encuentra en un lugar anodino pero nuevo y todo lo que sigue, su historia, es entender dónde. Luce como fábrica, funciona como depósito, molesta como pesadilla.

Eso del lugar como misterio en sí, como productor de fantasmas, me hizo penar en Tarkovsky. La atmósfera borde onírica, la proliferación de vestigios, las elipsis reiteradas, los procedimientos indirectos me recordaban a Solaris y La zona, dos películas que me fascinan.

Distraído, sí, vi El sereno como una historia soviético-uruguaya. Sé que mi lectura es errónea, aunque podría discutir un rato hasta qué punto. Porque si bien es cierto que pasada la mitad la película deja claro que tiene ganas de asustar -al lado mío había un hombre grande que sacudió el asiento en la primera sorpresa- y que propone una clave tipo Matrix (externa) para descifrar el enigma principal, también es cierto que deja unas cuantas cosas inexplicadas.

Me ato a esos cabos sueltos y resuelvo: vale ver El sereno sin esperar La casa muda (Gustavo Hernández, 2010) o Dios local (ídem, 2014) o “género miedo”. La clasificación en géneros puede ser una manta, pero también es una prisión. Vayamos libres.

 

El sereno (Uruguay, 2016)

Dirección: Óscar Estévez y Joquín Mauad

Con Gastón Pauls, César Troncoso, Álvaro Armand Ugón, Cecilia Caballero, Valentina Barrios y Lalo Labat.

 

Gaby Lagos no narra su nota, sino que nos trae un texto inspirado en su experiencia con la película:


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