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  • Gera Ferreira

Cuando el cine se parece a la vida


Historias mínimas e intensas. Personajes sometidos a las cosas tal como son. El pasado que modifica constantemente al presente. La responsabilidad y la culpa, dos caras de un enorme medallón. Son algunos temas, algunas obsesiones en la obra audiovisual de Agustín Banchero, aunque él todavía no se percata de lo que ha acumulado: “Tengo cortometrajes y cosas en artes visuales”, me dice. “No tengo volumen como para hablar de ‘obra’. Falta material”. Pero repaso sus trabajos y no estoy tan de acuerdo con él. Lo que pasa es que es muy duro consigo mismo… no duro, exigente. Por eso le va bien.

El día que lo visité yo tenía una gripe bárbara y hacía un frío de cagarse. Pero el bourbon, la estufa a leña y la calidez de una buena conversación son un jarabe muy eficaz. Me cuenta que la primera y gran influencia que tuvo fue su abuelo, el escritor Anderssen Banchero (1925-1987), “el abuelo Pepe”, que formó parte de la Generación del 60. Falleció a los tres meses de haber nacido Agustín. Ese Banchero sí que dejó “obra”, mucha de la cual conocemos gracias al empecinamiento de otro que se fue no hace mucho: Heber Raviolo. Nunca está de más recordar a los que hicieron cosas buenas.

A Agustín le encanta ir con el padre a pescar, a intentar pescar. No importa. Lo importante es sostener la caña, estar ahí, fantasear con la idea del pez. Esa contemplación, esa espera es la que guía ciertos caminos en la escritura de sus guiones: “Lo que hacemos al escribir es simplificar la realidad para interpretarla. Hay que hacer un recorte y tomar los momentos de interés para generar el universo de una historia. Eso es lo que para mí es el arte, organizar ese caos, recortarlo y ordenarlo”. Le creo.

F: Elisa Queirolo

“No necesitás un título para hacer cine”

Tuvo formación académica, entró a la ECU en 2005 y salió en 2009 con 21 años. “Dejate de joder”, le digo, “sos un precoz”. “No es de precoz, es porque entré a los 17”. Bueno, same. Ahora da clases de Guion en la ECU y en Bellas Artes, y a sus alumnos les dice que no existe magia en el cine: “Soy absolutamente antimístico en ese sentido. Pasar por la escuela es una pavada, pero no porque sea mala, sino porque lo que determina tu formación, en realidad, es el rigor propio, la autoexigencia”. De nuevo, no es casualidad lo que les dije más arriba, y no se imaginen que es una persona canosa, semipelada, con el ceño fruncido y vestido de toga, como Séneca, no. Además de ser joven, Agustín es la amabilidad y la buena onda en persona. Desde 2012 en adelante le empezó a ir mejor en cuanto a la recepción de sus cortos y trabajos multidisciplinarios, principalmente en 2014, cuando en artes visuales obtuvo el primer premio expositivo del Centro de Exposiciones Subte con la obra Por debajo y además ganó el Fondo de Estímulo para la Creación Artística del MEC en la categoría audiovisual. Qué tupé.

Dice pertenecer a la generación posestreno de Whisky (2004). A partir de esa película-mojón, comenzó a percibirse algo palpable y que entusiasmó a muchos, una sensación que no era nueva pero que hacía falta: se podía hacer cine. “Con Jorgito [Fierro] nos peleábamos porque yo le decía: ‘Whisky está buenísima’ y él: ‘Whisky es una mierda’, y el tema se dividía mucho, con diferencias estéticas muy marcadas1. Por un lado, estaban los fanáticos de [Quentin] Tarantino (yo lo detestaba, si bien me había gustado Pulp Fiction) y, por otro, estábamos los seguidores de [Andréi] Tarkovski”. Cuando termina esta frase, irrumpe la campana fuerte de un reloj y me sorprendo del ruido que mete. Es un reloj grande, antiguo, ubicado en lo alto de una pared, que parece marcar la hora desde la Edad Media. “Ese reloj va a sonar diez veces [porque son las 22.00], así que aprovecho para buscar más bourbon”. No es joda, es así, el reloj suena cada media hora una vez y a cada hora suena las veces que marque. “Le tengo que dar cuerda siempre. Es una decisión que tomo todos los días”. Me lo dice mirando fijamente al reloj, como si fuese un debate que cada tanto surge entre ellos.

“No importa cómo una historia esté escrita, sino cómo esté narrada”

Le interesa mucho la memoria como tema pero no en un sentido nostálgico o de añoranza. Decir que analiza el pasado pero desde el presente parece una obviedad, aunque no lo sea. El pasado afecta las decisiones que tomamos hoy y luego estas modifican el estado de nuestras vidas: “Eso acarrea lo que sería, en el mejor de los casos, la responsabilidad y, en el peor de los casos, la culpa”. En los trabajos de Agustín el tiempo no es una coordenada temporal, no es un acto de la naturaleza, es un movimiento psíquico atravesado por lo estético. El pasado es llamado a comparecer siempre ante la voluntad del presente.

Una porción de esta tesis se deja entrever en De las casas blancas (15 min., 2013), el corto de ficción más importante que tiene hasta el momento. Se trata de una relación entre dos primos, tensa y extraña, marcada por un hecho pasado que en ningún momento se nos muestra. El tratamiento de la omisión, el trabajo con la ambigüedad, con los segundos posteriores o anteriores a la toma de una decisión, son rasgos que aparecen constantemente en la obra de Agustín y contienen una fineza particular, expresiva y reflexiva, además de mostrar cierto carácter experimental y expeditivo dentro del difícil formato corto. “En el cortometraje tenés muy poco tiempo y lo peor que te puede pasar es que dure lo que dura un cortometraje, es decir, si vos cerrás todo en un corto para mí no está bien. Conocer a una persona durante unos minutos es muy parecido a un corto, no sabés lo que le pasó antes, no sabés lo que hay después, y ahí es cuando el cine se parece a la vida”.

***

“No la vi, pero no me gustó”

Mientras pone unas papas noisette en el horno (porque el invierno si algo da es hambre), interrumpimos la conversa durante un rato. Aprovecho para ametrallarlo delicadamente con un quiz muy barato, una especie de cuestionario Proust pero más precario. Está bueno saber lo que piensa.

Dos directores favoritos: Andréi Tarkovski y… Tarkovski. Para mi es dios, y Esculpir en el tiempo (su libro) es prácticamente la biblia.

Dos docentes que te marcaron: Pa, qué difícil [luego de meditar unos segundos largos pensando en cómo hacer justicia]. Arauco Hernández y Simone Macari.

Dos películas: El espejo, de Tarkovsky, y La ciénaga, de Lucrecia Martel.

Cine comercial: Generalmente no me gusta, como los Oscar, no los tengo de referencia y lo mismo pasa con Cannes. Mis referencias son algún festival al que voy y que conozco algo, o algún amigo o director que leo.

Wes Anderson: No me interesa.

Woody Allen: Preguntame por uno que me guste, bo, jaja.

Tarantino: Alguna película...

Clint Eastwood: Me gusta lo limpia y austera que es su narrativa, aunque no en todas, y no me gustan sus largas curvas dramáticas, como en Gran Torino.

Hitchcock: Buenísimo para aprender. No me interesa tanto lo que dice sino cómo lo dice.

Werner Herzog: Un gran mentiroso. Algunas de sus películas me entusiasman muchísimo.

Kim Ki-Duk: Está bastante occidentalizado, pero algunas me gustan. Hierro 3 me gusta mucho.

Pedro Almodóvar: No me emocionan sus melodramas. Me cayó bien como provocador en su época con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, pero no todo lo que vino después. A diferencia de los otros que nombraste, lo fui a ver mucho al cine pensando siempre “esta sí”, y salía diciendo “por qué vuelvo a ir al cine si no me gusta”. Igual no creo que sean malos ninguno de los cineastas que dijimos, es un gusto subjetivo.

Otros que sí: Todd Solondz en Happiness. Otro sería Apichatpong Weerasethakul, con El Tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas. También Post Tenebrax Lux, de Carlos Reygadas. El cineasta estadounidense más interesante, a mi gusto, se llama Paul Thomas Anderson, con una obra maestra —justamente—: The Master.

***

Las pérdidas (2015):

“Los sentimientos trascienden siempre al contexto”

En 2014 hubo un incendio en el balneario Solís. Una casa. Nunca se supo qué pasó. Pertenecía a la familia de Agustín. Ahí aprendió a caminar. Un incendio no es lo mismo que un robo. Un incendio es la desaparición de algo que pensabas que iba a perdurar. Algo que estaba y de pronto no. Sobre esa historia real, está basado Las pérdidas (8 min., 2015). “Fue el corto más sincero que hice y para el que filmé por primera vez a mi familia”. Le cambia bastante el tono de la voz cuando habla de esto. Es una historia que tiene varias capas. Solo algunas se pueden contar acá. Enfrentar el dolor, tomar conciencia de lo efímero, aceptar la realidad, fueron encrucijadas con las que se topó Agustín a la hora de encararlo. “Después de ese corto me di cuenta de que no podía abordar ningún tema dramático sin que el dolor lo haya sentido de verdad. No podía ejercitar con el drama”.

Hay una escena. Es la hermana de Agustín. Una pregunta se formula pero es omitida. Ella contesta. Está haciendo pebetes. Mira a la cámara. Quiere hablar. No, no quiere hablar. Quiere llorar. No, no quiere llorar. Está expuesta, frágil, como la miga del pan que tiene entre sus manos. El dolor se lleva todos los días. Al trabajo, al super, a la esquina de cualquier lugar. “Basta, Agustín, basta”, le dice. En ningún momento deja de armar los pebetes.

“No hago divisiones entre el cine, el teatro y las artes visuales”

En la actualidad Agustín lleva adelante el proyecto La segunda luna de Júpiter (2017). Es una obra de teatro en verdad pero intervenida con recursos audiovisuales. La escribió, la dirige y hasta es un “personaje” dentro de ella. El origen de esta pieza era un corto, pero luego se fue transformando: “Empezamos a juntarnos y me di cuenta de que era una obra de teatro con una estructura muy cinematográfica. Con Lucía y Antonella Senra [las protagonistas, que son hermanas tanto en la realidad como en la ficción] tuvimos dos o tres ensayos en los que ellas creían que iban a hacer cine y yo les decía que íbamos a hacer teatro”.

El vínculo con las personas que uno quiere y hacerse cargo (o no) de esos vínculos son los temas más visibles. Hay un hecho importante que funciona como eslabón entre los aspectos ficcionales/documentales y reales de la pieza, y es que la historia de Lucía personaje está pensada y escrita para Lucía persona. Y casi todo lo que cuenta está vinculado a su propia historia. Lo mismo con su hermana. Para representar de forma más transparente ese retrato familiar, Agustín juntó un archivo de ellas: “Les pedí todos sus VHS porque quería verlas de verdad y romper la temporalidad”. Esos recortes afectivos de realidad actuada, es decir, guionada por la vida misma, sumado a las proyecciones en pantalla es lo que el autor intenta mostrar a las apenas 16 personas que tienen acceso a ver la obra. Todo sucede muy cerca del público, no se proyecta la voz y el espectador se transforma en un invisible voyeur. Algo muy parecido a una función de trasnoche, pero que sucede en el living de alguien que no conocés.

Para terminar hay que empezar

El reloj va a sonar 11 veces en unos minutos (porque son las 23.00). Lo miramos de reojo con Agustín para que no nos agarre de nuevo en plena cháchara. Antes de irme le consulto por su ópera prima, Las vacaciones de Hilda (largometraje, 2018), que a su vez, está basada en una novela inédita del autor. “Va a ser mi primer largo de ficción pero no quiero cargarla con ese peso. Trabajo todos los días de mi vida en la película y en este momento está completando el financiamiento, pero hace falta un resto para filmarla en mejores condiciones. Filmo bastante lento y eso encarece la producción”.

La historia se ubica a fines de los 90 y principios de los 2000 y transcurre en tres lugares: Concepción, Solís y Montevideo. Cuenta el desmembramiento de una familia visto desde la perspectiva de la madre. Las dos coordenadas temporales que dividen la trama interactúan de una manera muy telúrica con la vida de la protagonista, según me cuenta. Y hasta ahí le pude sacar, sino ya era cualquiera.

Por curiosidad le pregunto si de algún modo esta película concentra o resume aspectos que ha venido trabajando en los formatos cortos. Y me contesta con un ejemplo que, no sé lo que pensarán ustedes, pero para mí quiere decir que sí: “¿No te pasa a veces cuando ves una típica película gringa que termina con la escena en la que ves luces de ambulancia, sirenas, policías y una tipa envuelta en una frazada gris, sentada atrás del vehículo, y viene alguien y le trae un café? En ese momento está terminando la película, la cámara se aleja y ves que está todo desecho pero ella sobrevivió al desastre... Bueno, a mí me gustaría empezar la película ahí”.

Sobre Agustín Banchero

Web

Selección de obras de 2008 a 2016:

Sobre La segunda luna de Júpiter

Últimas funciones: sábados 22 y 29 de julio. Solo se puede acceder con reserva escribiendo a [email protected]. Cupo limitado a 16 personas. Lugar: Espacio Ánima, Magallanes 1064. Hora: 22.00.

 

1 Este comentario de Agustín tiene mucho que ver con la muy buena nota de Jorge Fierro: Whisky, historia de una experiencia”, que también podés leer y escuchar en Sotobosque.

 

Podés escuchar la nota recitada por Gera:


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