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  • Nina Blau

El derrumbe de la superficie


El espacio no es definitivo, podría suceder en cualquier parte, al aire libre, en una casa, en cualquier lugar físico donde sea posible realizar una fiesta. Los espectadores somos cómplices de una escena que, de tan cotidiana, podría ser real. No hay un componente dramático —en general— que nos separe en demasía de esos protagonistas que son nuestro foco de atención. Sabemos algo de ellos, de sus historias de vida, sus pensamientos, su visión, alguno de sus secretos… porque asistimos a la “previa”, ellos mismos se nos presentaron queriendo justificarse, instándonos a ceder a la comodidad de manifestarnos tal cual somos, ¿o tal como nos mostramos?

Es tan fácil empatizar con ellos, entrar en el juego de la circunstancia que nos plantean, que durante la función las personas ríen, comentan, o hablan directamente a los actores. Sí, directamente. En medio de la obra una señora que estaba junto a mí se puso a gritar “¡Dense un pico!”, a lo que los actores reaccionaron complaciéndola. Claro que fue porque esta petición específica entraba dentro de los estándares de lo esperable; los personajes, una pareja heterosexual como cualquier otra, anunciaban la fiesta de recibimiento de Ana (interpretada por Josefina Trías). Su novio Hugo (interpretado por Sebastián Calderón) habría organizado este evento para agasajarla. A esta celebración, acude la mejor amiga de Ana, Romina (interpretada por Cecilia Yáñez), que tendrá un rol decisivo, y su pareja, Germán (interpretado por Enzo Vogrincic).

A estos hechos concretos se suma la complicidad que establecimos con estos personajes que habitan la sociedad uruguaya, o a un nivel más cercano aun, la montevideana. Una complicidad que tanto nos coloca en un lugar distendido y ameno como nos sorprende en el transcurso de la obra, dejándonos como testigos implicados de una suerte de “explosión” o “destape”, que será la clave de Subterránea. Porque estas parejas heterosexuales, “como cualquier otra”, esconden una insatisfacción propia de la modernidad que vivimos, una contradicción radical que, al mostrarse como el canon establecido, uno tiende a interpretar superficialmente como la idea de la felicidad.

Ambas parejas se ven felices. Esa idea de la felicidad, en la que entran en juego los roles sociales (que, acordemos, están cada vez más en estado de transición), se muestra a la vista como una unión amorosa aparentemente conveniente pero que tiene latente un vacío esencial, una hipótesis forzada acerca de la libertad, una libertad que se miente a sí misma. Como espectadores, conocemos de antemano el vínculo homosexual oculto que existió entre Hugo y Germán, quienes, al ser supuestamente presentados por sus respectivas novias, fingen desconocerse. ¿Somos testigos silenciosos o capaces de debatir, es que quizá nadie de entre los que asistimos a esta fiesta de graduación vivió algo semejante? Sería hipócrita decir que no lo hicimos, colocarnos en un lugar de distancia contemplativa nos debería afectar, al menos, la supuesta moral que pregonamos día a día con nuestros actos, y que, de ser esta moral inconsciente, sería sensato admitir que se derrumba un poco tras ser parte de esta función. Puesto que a lo que estamos asistiendo, verdaderamente, es a la farsa que viven estos hombres y estas mujeres bajo el nombre de “amor”, y a la que se someten en sus relaciones para cumplir con lo que se espera de ellos, o lo que ellos esperan de sí mismos.

Esta obra empieza a gestarse como una provocación, una apuesta sugerida por Marianella Morena para realizar un ciclo de teatro radical, en un teatro en Canelones. Dicho ciclo no llegó a realizarse, pero en esa instancia surgió la pregunta: ¿cómo provocar al público uruguayo? Para Bruno Contenti, dramaturgo y director, en ese momento no había forma posible de provocación. Marianella sugirió que esto podría realizarse a través de la idea del núcleo familiar, y esto incentivó a Contenti a escribir esta obra.

Subterránea se presentó originalmente en el Centro Cultural de España, luego en Casatoro y finalmente en Espacio Tractatus. Josefina Trías, la actriz que interpreta a Ana, me cuenta que la puesta en escena se fue modificando por cuestiones espaciales; esto fue productivo, ya que devino en esta propuesta intimista que involucra al espectador, que interesa especialmente al director. Al comienzo, la obra se presentaba en un formato frontal más clásico, en Casatoro se transformó en circular pero con el espectador todavía en su asiento, y actualmente se lleva a cabo utilizando varios espacios, instando al público a moverse con bastante libertad, lo que logra momentos de extrema cercanía entre este y los actores.

Para Josefina, Bruno es “un director que permite jugar mucho al actor”, lo que potencia la exploración de nuevas posibilidades escénicas. “La obra ha ido creciendo en todo sentido... él instala un espectáculo tan dinámico que estoy convencida de que si la volviéramos a hacer cobraría más densidad”. Es una puesta que se adapta al lugar, integrando la materialidad física del espacio de los actores. Un ejemplo de eso es que “en Casatoro había una cama y se utilizaba como un elemento más”, y en la puesta actual ya no está, cuenta Trías. “Desde el punto de vista actoral, es un entrenamiento maravilloso, en cada función no sabés con lo que te vas a encontrar… Bruno hace hincapié en vivir el vínculo con los espectadores”.

El director me cuenta desde Nueva York (donde se encuentra en este momento) que al escribir el texto se propuso lograr esta ansiada provocación a través de lo que él conocía, lo que había vivido, y crear, de esta forma, una posibilidad de debate que contribuyera a romper con la idea instaurada del binarismo de género, con la supuesta “performance” que cada uno de nosotros, según nuestro género, debemos efectuar en la vida. Hoy por hoy, varios años después de haberse perpetuado esta puesta, siente que el texto en sí habla más acerca de la endogamia, y que refleja únicamente una realidad de la sociedad montevideana, que quizá no sería tan orgánicamente admisible en otros entornos socioculturales.

A través de la efectiva técnica del teatro invisible* (del que tiene un componente muy fuerte), los actores logran el cometido de hacernos sentir parte de un entramado que excede a la obra en sí para expandirse a nuestra sociedad, y de admitir, o comenzar a hacerlo, la enorme hipocresía que forma parte de nuestra cotidianidad montevideana.

Pero vayamos al grano. Hipocresía respecto de la supuesta aceptación o apertura hacia comportamientos sexuales y románticos que no entran en la vieja y conocida fórmula heteronormativa. Uno de los objetivos de esta puesta, para Bruno Contenti, no es agrandar el enorme caudal de teoría queer ni generar una polémica panfletaria que podría alejar la temática de la obra de la mayoría de los espectadores, sino, al contrario, contribuir a la inclusión de lo que aún es ajeno al estándar a través de estos personajes con los que nos podemos identificar fácilmente. En la contradicción de ellos, y en cómo la viven en esta cercanía con los espectadores, podemos ver cómo se sigue perpetuando a nivel social el ideal heteronormativo como condicionante.

Lo subterráneo, lo que está debajo de la superficie, es esta libertad afectiva y sexual encapsulada, secreta, susurrada entre copas, que comienza a pulsar para resquebrajar esa otra realidad que se muestra tan sólida y determinante. Y, como todo lo que pulsa debajo de la superficie a presión, suele erupcionar de forma violenta y súbita. En boca del personaje Hugo escuchamos una frase extraída de la filosofía de Paul B Preciado: “el género es la violencia”, la división de roles de género es el disparador de muchas violencias que pueden llevarnos a escabullirnos de lo que no logramos aceptar, nos podemos convertir en perpetuadores de una vida que a través de la repetición nos encierre. Sin conciencia, podemos ser mujeres que se interpretan en un círculo restringido de acciones (a veces construyendo un machismo escondido bajo un superfluo ideal que se viste de feminista), y hombres “cavernícolas”, negados a la afectividad, sometidos a la presión sexual y a la performatividad de un cuerpo que no se deja demostrar cariño.

El personaje de Romina aparenta un ideal políticamente activo y feminista, pero es un feminismo que se derrumba y se desenmascara ante la primera ruptura estructural. Tras el discurso religioso de Ana, hay un desconocimiento de sí misma y está el miedo; Germán ostenta una actitud despreocupada y libre que no es más que una corriente estrategia de seducción y evasión, y Hugo, impulsivo, es quien protagoniza el desborde que lo lleva a confesar lo que nunca pudo poner en palabras.

“No seamos hipócritas”, dice Ana, “¿quién no quiere ser querido en esta vida?”. La honestidad que emerge develando lo subrepticio evidencia la vacuidad de los discursos. Y debajo está, desnuda, una profunda soledad, enternecedora y humana.

 

Subterránea

Dramaturgia y dirección: Bruno Contenti.

Actúan: Cecilia Yáñez, Sebastián Calderón, Enzo Vogrincic, Josefina Trías.

Música en vivo: Bruno Travieso.

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*Teatro invisible implica la ausencia de un escenario físico tridimensional; el lugar de la interpretación es trasladado a los escenarios cotidianos. Originalmente concebido como lo que hoy llamaríamos “intervención callejera”, consistía en el desarrollo de un diálogo, acción o escena inesperada y que no estaba anunciada, que generaba una instancia en la que solo los actores sabían que se estaba desarrollando una obra con la finalidad de crear un debate al término (aunque no necesariamente hubiera un final, muchas veces la “obra” pasaba por realidad), basado en las reacciones de las personas, generalmente con un trasfondo sociopolítico. Se creó con la idea de provocar situaciones tensas en las que se pudiera, a través del teatro y la improvisación, generar en las personas al menos un cuestionamiento sobre algún aspecto de la sociedad, y enfatizar que los ciudadanos también podemos empoderarnos de nuestras acciones para cambiar nuestra cotidianidad, lo que nos convierte en especta-actores (término que utiliza Augusto Boal para hablar de su técnica de teatro del oprimido, de la que el teatro invisible es rama), es decir, espectadores que pueden actuar en cuanto lo deseen.

 

La nota recitada por Nina:


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